Como ocurre en cada pleno, y ya da igual que sean de control u ordinarios, ayer el Congreso de los Diputados volvió a ser una taberna de mala muerte repleta de pendencieros y tahúres de la palabra. Los taburetes metafóricos volaban de escaño a escaño, buscando acertar en la sesera del adversario político, que es desde hace tiempo el enemigo. Aunque parezca imposible, de sesión en sesión, el espectáculo empeora vertiginosamente. Cada frase afilada pronunciada no contiene siquiera una brizna de ideología o de materia para la reflexión. Se busca herir, captar la atención de las cámaras, recolectar titulares de aluvión y, como premio gordo, la difusión viral de los exabruptos a través de las redes sociales. Cada grupo tiene un ejército de arrojadores sincronizados de guano. Con honrosas pero cada vez más escasas excepciones, lo que se dice en el hemiciclo no es para el diario de sesiones sino para el denostado X, al que los clásicos seguiremos nombrando como Twitter. En el madrileño edificio custodiado por los leones se ha instalado la cultura –es decir, la incultura– del zasca. Las diatribas deben ser cortas, zahirientes y aparentemente ingeniosas. Buscando esa fórmula (o creyendo que se ha encontrado) sus presuntas señorías se sueltan gachupinadas cósmicas de quinta división. Así, ayer Feijóo, jijí-jojó, le preguntó a Sánchez si bajo su régimen los mileuristas son los nuevos ricos y por eso quiere vaciarles los bolsillos a golpe de IRPF. Se desconoce si la parida era de cosecha propia o creada por alguno de los chisteros a tanto el kilo de chanzas. No crean que el aludido subió mucho el nivel humorístico en la réplica. Al presidente del Gobierno español le pareció que iba a demoler a su antagonista espetándole que los que no llevaban IRPF eran los sobres de Bárcenas. Lo tremendo es que cuando el bocachancla de turno suelta su bravuconada, en teoría refiriéndose a asuntos muy serios, los de su bancada se parten y se mondan. No lo duden: se ríen de nosotros.