Noticias frescas, vendo hielo. En este caso, humo. Que peroramos mucho sobre los bulos, lo cual está muy bien, pero también ayudamos tan ricamente a difundir chicharros informativos de ningún fuste. Luego, a uno le entra el sonrojo al tener que venir a explicar cuestiones de parvulario periodístico. Por ejemplo, que Carles Puigdemont podrá decir misa cantada, pero que la decisión de que el presidente del gobierno español se someta a una cuestión de confianza no está en sus manos. Y que la iniciativa registrada por Junts en el Congreso instando a Pedro Sánchez a hacerlo no solo es un brindis al sol, sino un nuevo ejercicio de trilerismo que no tiene otro objeto que alborotar el patio y darle un baño de focos al líder carismático. Un empeño que se ha saldado con éxito a la vista de los titulares, los artículos de opinión y los minutos de tertulia cosechados. Hasta el torpe PP (o el torpe PP el primero) ha entrado al trapo y ha liado más la madeja, abonando la entelequia de que se cocía una moción de censura que jamás se va a convertir en realidad.
Así que en este minuto estamos exactamente donde estábamos antes de que se lanzase el cebo que tantos han tragado. No hay cuestión de confianza en lontananza porque el único facultado para someterse a ella es el líder del Ejecutivo. Sin necesidad de que se pronunciara, teníamos todos claro –y Puigdemont y sus conmilitones, en cabeza– que Sánchez no está por despertar al dios de las tormentas. Ha dado mil y una muestras de su intención de no facilitar su fin. No saldrá de Moncloa por su propio pie. Quien lo quiera fuera tendrá que ir a por él. Así que el pretendido envido se ha dado la vuelta. La pelota regresa a Bruselas. Es ahora el retador quien debe demostrar si tiene lo que hay que tener para hacer efectiva la amenaza. En las cuatro ocasiones más recientes (y con particular estruendo en la última), llegada la hora de la verdad, Junts terminó achantándose. ¿Quién tiene a quién agarrado y por dónde? Permanezcan atentos a sus receptores.