Junto al no ingreso en la OTAN, la segunda gran promesa incumplida del PSOE de Felipe González en 1982 fue la de la construcción de 800.000 viviendas. Vamos, que lo del problema de la falta de techo, aunque algunos parezcan haberlo descubierto anteayer, viene de hace un buen rato. De hecho, no recuerdo un solo momento de mi vida consciente en que la cuestión no haya estado en el centro del debate político y no haya propiciado quintales de leyes, tanto desde Madrid como desde Gasteiz o Iruñea. Y como está quedando de manifiesto, al pasar de los años y de las generaciones, todas las iniciativas que se presentaban como “la solución definitiva”, incluso las mejor intencionadas y dotadas económicamente, han demostrado, siendo muy generosos en la interpretación, una eficacia más bien limitada.

Pueden llamarme cenizo, pero con este mero recordatorio que cualquiera puede documentar en archivos, hemerotecas o tirando de su propia experiencia inmobiliaria solo pretendo advertir sobre la alta probabilidad de que tampoco esté sirviendo para demasiado la vigente ley de vivienda, por más marchamos progresistas en su aprobación que llevara. Me consta que en las últimas semanas hay un rearme por parte de sus promotores para hacer ver que allá donde sí se ha aplicado al pie de la letra, está funcionando. Luego, uno echa un vistazo siquiera en diagonal a los datos que presuntamente avalan esa tesis y se encuentra con una mezcla de voluntarismo y manipulación. El resumen es que, si tal vez se ha frenado algo el precio de los alquileres (frenar no es bajar), se ha agudizado claramente la falta de pisos disponibles. Muchos se han retirado directamente del mercado y no pocos se han ido a la oferta de arrendamientos temporales. Literalmente, hecha la ley, hecha la trampa. Así que, aunque quisiera equivocarme, me temo que tendremos movilizaciones como la del pasado domingo en Madrid o las anunciadas en otros lugares por los siglos de los siglos.