SUELE decir mi suegro, exagerando un pelín, que si ves tu pueblo ves el mundo entero. Con los casos de corrupción sucede lo mismo: visto uno, los has visto todos. No solo porque sistemáticamente hundan sus raíces en la codicia, la falta de los principios más básicos y la autopercepción de impunidad de quienes los perpetran. También porque, una vez salen a la luz, la coreografía es idéntica.

Así, el partido al que le ha estallado el marrón se pone requetedigno, trata de limitar daños con medidas que debió tomar mucho antes y, en última instancia, se refugia en el “y tú más” o, como está haciendo el PSOE en un triple tirabuzón desvergonzado, trata de que parezca que su rival político es el verdadero culpable.

Manda muchos bemoles que, en la aplicación de ese libreto, Miguel Tellado o el propio Feijóo sean señalados como más culpables que Ábalos, Francina Armengol, Ángel Víctor Torres o algunos otros que sí anduvieron cerca del núcleo irradiador del portero de prostíbulo venido a más.

Arma arrojadiza

Lo de la contraparte también es para miccionar y no echar gota. Con rostro entre de titanio y de alabastro, el PP va proclamando que esta mandanga es “el caso de corrupción más grave de un gobierno en ejercicio”. Con un par, el partido al que, igual en tiempos de Aznar que de Rajoy, le pillaron repartiendo y recibiendo sobres o montando operativos tragicómicos para minar a sus enemigos monta un cirio por un trapicheo que, siendo muy grave, es una menudencia en comparación por los que han acreditado los genoveses... incluso en sede judicial.

Si esto va de encarcelados, aunque no han sido pocos los socialistas que han acabado a la sombra por llevárselo crudo, ganan por goleada los de la acera de enfrente. Eso, por no mencionar que el único partido condenado en firme por corrupción generalizada ha sido el que hoy lidera aquel joven que se ponía cremita en el yate de un célebre narcotraficante.

La triste realidad para el o la contribuyente de a pie es que la corrupción jamás se denuncia por motivos éticos o convicciones morales. Se trata únicamente de un arma arrojadiza para atacar al enemigo. Por eso estamos condenados a soportar en bucle la misma farsa indecente.