EMPEZARÉ por lo positivo. El recuerdo a los cinco asesinados por la policía franquista el 3 de marzo de 1976 en Gasteiz es un ejemplo de un trabajo de memoria bien hecho a lo largo de los años y desde diferentes ámbitos, con doble subrayado para la ciudadanía y las asociaciones, pero sin olvidar la tarea institucional, aunque alguna administración haya tardado demasiado en sumarse a los homenajes. Gracias a ese esfuerzo transversal y constante, se ha conseguido que el tremendo episodio siga presente con enorme viveza incluso entre las generaciones más jóvenes. Ojalá ocurriera lo mismo con tantos otros hechos brutalmente injustos que se han ido desdibujando con el paso de los calendarios hasta quedar reducidos al doloroso olvido.

Por eso mismo, es especialmente triste que la última conmemoración, la del pasado domingo, cuando se cumplieron 48 años de los crímenes, se empañara por unos incidentes violentos que, por desgracia, monopolizaron los titulares sobre lo que debió ser reflejado como la emocionante renovación del recuerdo de Bienvenido, Francisco, José, Pedro y Romualdo. Y casi peor que los propios hechos en sí fue el modo de invertir la carga de la prueba para culpar a la Er-tzaintza de lo que jamás debió ocurrir. No voy a decir que la actuación policial fue exquisita, pues siguen viéndose en algunos agentes actitudes que no cuadran con la proporcionalidad que cabría esperar, pero eso no impide señalar que la gresca la iniciaron conscientemente un puñado de individuos que quisieron ver cumplida su autoprofecía, a saber, que los uniformados responderían de modo que se podría llegar a la conclusión de que los grises de hace casi medio siglo tienen su continuidad en los que anteayer iban de negro. Y eso, aparte de ventajismo, es un insulto, no solo a la Ertzaintza, sino incluso más a las víctimas del 3 de marzo, que en ningún momento provocaron a sus verdugos. – Javier Vizcaíno