ESTÁ ampliamente demostrado que la atención informativa solo nos llega para un conflicto al mismo tiempo. Y a veces, ni eso. Lo estamos viendo con las despiadadas matanzas que está perpetrando Israel sobre la población civil de Gaza. Ni mes y medio después de su comienzo, la operación de castigo va perdiendo espacio en los medios, que damos cuenta de las atrocidades casi considerándolas amortizadas. Se diría que hemos perdido, incluso, la capacidad de escandalizarnos ante las imágenes de los crímenes en bucle o ante el propio hecho de que estemos asistiendo a una limpieza étnica sin matices ante la que la comunidad internacional solo tiene –en el mejor de los casos– palabras bienintencionadas. Hasta las estimaciones sobre los muertos han quedado relegadas a una esquina perdida.
Con todo, aunque sea un pobre consuelo, las informaciones aún resisten en lugares mínimamente a la vista. Es bastante más de lo que podemos decir de la invasión rusa de Ucrania, que ha desaparecido prácticamente por completo del escaparate. A la hora en la que escribo estas líneas, las diferentes agencias ofertan una veintena de informaciones sobre la guerra pura y dura o cuestiones relacionadas indirectamente, como los pasos para la integración del país agredido en la Unión Europea. La inmensa mayoría de esas noticias ni siquiera llegarán a las ediciones digitales y muchísimo menos, a las del cada vez más caro papel. Este eclipse informativo –que no es responsabilidad de nadie en concreto ni producto de una malvada conspiración– le viene como anillo al dedo a Putin. Fuera de foco, el responsable de las masacres ve cómo su ejército, que pasó por un momento crítico, vuelve a recuperar terreno y sigue diezmando a la población ucraniana, ante la impotencia del presidente Zelenski, cuyos continuos y desesperados gritos de auxilio se pierden en en el vacío.