AUNQUE Yolanda Díaz acumula una buena colección de salidas de pata de banco dialécticas, confieso que la líder de Sumar me dejó con los ojos como platos cuando denunció un plan B de las élites económicas mundiales para salvarse por si esto –palabras literales– “se va al carajo”. A modo de ejemplo citó megamillonarios que han comprado naves espaciales o se han construido búnkeres inexpugnables en los lugares más exóticos. Como hemos sabido después, la vicepresidenta segunda del Gobierno español en funciones citaba de oídas el reciente libro de un curioso personaje llamado Douglas Rushkoff en el que se dan cuenta de este tipo de extravagancias de los seres con más parné y poder del planeta.
Ni siquiera voy a negar la veracidad de los hechos. Lo que refuto es la interpretación conspiranoica amén de infantil de Díaz. De entrada, la expresión “se va al carajo” es excesivamente ambigua. En cualquier caso, si, como parece, se refería al apocalipsis total, me temo que a los archipotentados de poco les van a servir sus carísimos juguetitos. No veo yo cuánto tiempo pueden ser capaces de sobrevivir Elon Musk o Jeff Bezos en el espacio exterior. Claro que todavía me resulta más abracadabrante la idea de refugiarse en el metaverso, que también mencionó la ministra de Trabajo en una intervención tan lisérgica como la de aquel directivo de una universidad murciana que aseguraba que al vacunarnos contra el covid nos introducían un chip (“Chis”, pronunciaba él) para controlar nuestras vidas. En ese caso, nos lo tomamos a chacota. En este, no han faltado los espíritus progres que lo dan por cierto.