Repetición en bucle

– Todos los Primeros de mayo de, por lo menos, los últimos veinte años son el mismo. Una parada muy colorista, más o menos nutrida, más o menos sentida, que al final se queda para la galería. O para la apertura de los mismos espacios informativos que, inmediatamente después, nos muestran las playas y las terrazas a tope, sobre todo si, como ocurrió ayer, el día en rojo cae en lunes y da para hacer un semipuente. 90 por ciento de ocupación hotelera, viniendo, ojo de una semana santa de récord no hace ni veinte días. Hay algo que no se entiende. O quizá sea lo contrario, que se entiende muy bien.

¡A la pancarta!

– Sumando paradojas que, en realidad, son señas de identidad, de las jornadas como ayer me encanta que en primera línea de proclama o de tuit nos encontremos a fulanos que no han tenido otro curro que el de la política en su pinche vida. No seré yo quien menosprecie tal ocupación, especialmente cuando se ejerce con verdadera vocación y sin atender a horarios… lo que no es ni remotamente el caso de los menganos a los que me refiero. Cuesta no desorinarse de la risa (y un poco también del cabreo) al ver al taurino secretario general de una franquicia política que no ha cotizado un día por cuenta ajena arengando a las masas a manifestarse por sus derechos laborales. Ni merece la pena realizar el esfuerzo de explicarle al susodicho que, dado que su partido está en varios gobiernos, empezando por el español y siguiendo por el vasco y el navarro, a lo peor, la solución a muchas de las presuntas injusticias que denuncia está más en su mano que en otras. El chiste final, que también es una confesión de parte entreverada de insulto, es que la ministra de Trabajo pierda el tafanario para sujetar la pancarta.

¿A qué llamamos clase obrera?

– Pero así se escribe la historia, o sea, la historieta. Los que más vocean son los que, como ese secretario general que les mentaba arriba o varios parlamentarios locales y diputados na-cio-na-les que ayer se adornaron con frases requetemolonas, no han tenido jamás (ni tendrán) una nómina de mil euros raspados. Y mi pregunta es la de aquella canción un tanto panfletera del grupo gasteiztarra Potato en la áspera década de los ochenta del siglo pasado: ¿Se entera o no se entera la clase obrera? Si ya entonces era difícil responder, hoy lo tenemos en sánscrito. Para empezar, deberíamos definir qué entendemos en nuestro tiempo por clase obrera. Si lo intentáramos seriamente, quizá descubriríamos que muchas y muchos currelas se han quedado fuera, mientras sus teóricos representantes sindicales siguen en la más cómoda de las inopias.