YA ni siquiera sorprende la cantidad de veces que hemos visto la misma película. Una de las últimas fue a cuenta del Ingreso Mínimo Vital. Desde que se aseguró que la transferencia era coser y cantar hasta que finalmente se materializó pasaron casi dos años jalonados por innumerables yenkas. Ahora vuelve a ocurrir con las líneas de trenes de cercanías. Ya han pasado unas semanas desde que el consejero del PSE en el Gobierno vasco Iñaki Arriola dijo que el asunto estaba a punto de caramelo, y alguna menos desde que el delegado del Ejecutivo español en la CAV, Denis Itxaso, lo refrendó. Parecía que era cosa de una reunión técnica para peinar los últimos flecos y anunciar el acuerdo con la solemnidad que requiere un asunto de tanto calado.

Como ya saben a estas alturas, ni por esas. Según la consejera Olatz Garamendi, con una paciencia a prueba de bomba, el encuentro técnico fue decepcionante. Supongo que es la forma suave de decir irritante. Fiel a su costumbre, el Gobierno español puso sobre la mesa unas condiciones inaceptables y el traspaso ha quedado en el aire. Lo hace en el momento en que, pese a que se superó la primera ciaboga de las enmiendas a la totalidad, sigue la negociación de los Presupuestos Generales del Estado. Teóricamente, se trataba de negociaciones diferentes que ni se podían ni se debían cruzar. Pero conocemos lo suficiente a Pedro Sánchez y a sus hechiceros como para tener claro que este frenazo no ha sido casual y que no estamos ante un episodio aislado sino ante un patrón de conducta. No sé si es consuelo pensar que, pese a todo, el traspaso llegará.