LOS acuerdos en política dan mucho vértigo. Sobre todo, cuando se actúa con la calculadora en la mano. Y mucho más, si la formación a la que se le tiende la pluma para firmar está en horas bajas y con la brújula convertida en molinillo. Lo acabamos de ver con el desmarque de Elkarrekin Podemos del borrador para la futura ley vasca de Educación. También es cierto que no hacía falta tener grandes dotes adivinatorias ni interpretativas para saber que, llegado el momento, los rojimorados iban a dar la espantada. Ya entraron casi con fórceps al primer consenso, más por el qué dirán que por convencimiento de que tocaba remangarse y trabajar por buscar un texto que plasmara las necesidades educativas de las próximas generaciones.

Cualquiera que eche un vistazo desapasionado al borrador comprenderá que no recoge ni de lejos el cien por cien de las aspiraciones en la materia de las formaciones que sí lo avalan. PNV, EH Bildu y PSE se han dejados pelos muy sustanciosos en la gatera. Han renunciado a cuestiones de enorme calado y que les pueden ser reclamadas por sus respectivos electorados o afeadas en las barricadas mediáticas de rigor. Y es con eso con lo que deberíamos quedarnos: esta es una de las pocas veces en que ha prevalecido la búsqueda del bien común. Por lo demás, se ha logrado un acuerdo que sobrepasa de largo los tres cuartos de la cámara. O visto desde otro ángulo, que deja fuera a una minoría compuesta por Vox, Cs PP y Elkarrekin Podemos, que de lo suyo gasta al hacerse semejante selfi que, por lo demás, no va a detener su ya irreversible cuesta abajo en la rodada.