ÚLTIMAMENTE, en comparación con la española, la política vasca parecía que estaba de siesta. De hecho, la mayoría de las tensiones locales, si es que podemos llamarlas así, tenían su epicentro en Madrid. Bien por el ninguneo de Sánchez al PNV que tenía su pequeña réplica en el gobierno de coalición, con Andueza o Itxaso soltando cargas de profundidad, bien por el marcaje mutuo entre los jeltzales y EH Bildu por los pactos con el inquilino de Moncloa. Nada realmente grave ni, desde luego, comparable a la crispación que no hace demasiado fue casi nuestra seña de identidad.

Sin embargo, en las últimas semanas se ha incorporado un ingrediente nuevo que puede sacarnos del sopor. Y donde menos esperábamos: en la izquierda patriótica que, prácticamente desde la escisión de Aralar (luego convenientemente devuelta al redil), había mantenido a raya cualquier intento de disidencia. En ese espacio es donde empieza a hacerse notar la denominada Gazte Koordinadora Sozialista. Después de los enfrentamientos, sobre todo, en los espacios festivos, los jóvenes a los que Arkaitz Rodríguez definió como reaccionarios han dado un paso más. Un par de miles de militantes del Movimiento (así se refieren a sí mismos, aunque en euskera) se reunieron el pasado fin de semana en Durango y apostaron por crear un nuevo partido comunista que defienda la ortodoxia abandonada por EH Bildu. El lenguaje y los objetivos expresados nos devuelven, como poco, a principios del XX. Pero, siempre que persiga sus fines sin recurrir a la violencia, bienvenido sea ese nuevo partido que, por lo demás, no parece que vaya a romper las urnas.