Dos realidades

– En el mismo periódico digital o de papel, en el mismo informativo de televisión o de radio, nos encontramos estos días con las dos caras de idéntica realidad. Se nos cuenta, por un lado, que los precios desbocados están provocando que haya cada vez más familias que ya no pueden permitirse comprar frutas o verduras. Por otro, se nos informa de la pulverización de récords de viajes y ocupaciones hoteleras, incluso aunque las tarifas se hayan llegado a triplicar respecto a lo que se pagaba el año pasado. Y sin necesidad de leerlo o escucharlo, los ojos nos bastan para comprobar no solo que no hay un hueco libre en las terrazas, sino que sobre las mesas campean copazos y raciones de los productos más caros. Como en el magistral arranque Historia de dos ciudades de Dickens, se diría que estamos simultáneamente en el peor y en el mejor de los tiempos.

Vive la vida hoy

– ¿Cómo se explica que, mientras llevamos todo el año perdiendo capacidad adquisitiva a cascoporro y se nos advierte de que lo que está por venir será peor, el paisaje a la vista sea de despreocupación y hasta opulencia? Conociendo un poco el percal humano, es indudable que hay una parte de esa pachorra que lleva a vivir la vida hoy porque mañana te puedes morir. El mismo tipo que me llora que anda con el agua al cuello, estuvo anteayer viendo a Metallica en San Mamés, le ha comprado una consola de 600 pavos al churumbel por aprobar el curso y se va a pasar tres semanas a todo trapo en el apartamento de Conil. Es inútil hacerle ver que hay algo en su discurso que no cuadra. Se encogerá de hombros, si es que no se mosquea y te abronca por afearle que se dé un caprichito de nada.

Desigualdad horizontal

– Pero en realidad, la cosa no va de cigarras y hormigas. Lo que ocurre es que, desde hace ya muchos años, vivimos en una sociedad dual. O de desigualdad horizontal, como he dado en llamarla. Porque siempre caemos en la trampa demagógica de compararnos con Amancio Ortega, que cada años nos saca más y más millones de ventaja. Pero la comparativa real es en nuestra cuadrilla o en nuestra escalera. Ahí es donde comprobamos la verdadera profundidad del socavón. En el mismo espacio conviven quienes a duras penas pueden permitirse un zurito y una gilda y quienes tienen de sobra para reservar en Arzak, darse un garbeo en crucero por los fiordos y llenar depósito del Audi Q5, aunque sea jurando en arameo. De crisis en crisis, unos están más lejos de los otros, pero, por alguna razón, la cosa no acaba de reventar. No sé decirles exactamente por qué.