Celebro la aprobación, con una amplia mayoría, de la ley vasca de protección de animales domésticos. Me complace que se les otorgue la condición de "seres sintientes", que, aunque sea una expresión que suena raro, es la forma de dejar claro que no son cosas. Parecería una obviedad si no fuera por la cantidad de miembros de la especie teóricamente humana que tratan a los animales como puñeteros objetos.

Una vez dicho lo principal, no puedo dejar de anotar que echo en falta una mayor valentía a la hora de hincarle el diente legal a la cuestión. La tauromaquia y sus derivados vuelven a quedar en el limbo. Por lo visto, no somos capaces de hacer frente a las pretendidas tradiciones o, perdón por la rima, a nuestras contradicciones. Quizá también a ciertos intereses, como se ve todavía más claramente en que los perros de caza no gozarán de la misma protección que sus congéneres de compañía. No generalizaré, porque conozco a dueños de estos chuchos que los tienen como marajás y sienten por ellos un cariño infinito. Pero igualmente sé de un montón de escopeteros que los tratan a baquetazos y les dan una vida perra en el peor sentido de la palabra. Se me escapa por qué se pierde la oportunidad de meter en vereda a estos tipejos.

Por lo demás, y volviendo al ámbito de las mascotas más habituales, no habría sobrado subrayar que la responsabilidad de los humanos que los poseen (no encuentro verbo mejor, lo siento) no es solo hacia los animales sino respecto a sus convecinos. Eso implica evitar que hagan sus necesidades mayores o menores en los espacios comunes o cuidar de que no se abalancen sobre el prójimo.