Cada momento tiene su hora que no siempre coincide con la hora punta. El mercado de Santo Tomás que hoy se celebra, sin ir más lejos. Su tiempo justo es madrugador, sobre las nueve de la mañana, antes de que todo se arrebate a partir del mediodía y antes de que, según los pronósticos, llegue la lluvia. A partir de entonces el mercado se convertirá en feria y las botellas de txakoli y de sidra encapotarán, con sus nubes, las miradas de mucha gente.En un rincón del mundo donde el asfalto y el ruido parecen haber ganado la batalla a la tierra y el silencio, la feria del sector primario se erige como un faro de esperanza. Es un evento que, más allá de ser un mero escaparate de productos, se convierte en un homenaje a nuestras raíces, a la esencia de lo que somos. En un tiempo en que la inmediatez y la tecnología dominan nuestras vidas, esta feria nos recuerda que hay un mundo que late con fuerza bajo nuestros pies, un mundo que merece ser celebrado. Hoy es el momento de comprobarlo, antes de que se forme un batiburrillo.

Al pasear entre los stands, uno no puede evitar sentir una conexión profunda con la tierra. Los agricultores, con sus manos callosas y sus sonrisas sinceras, nos cuentan historias de esfuerzo y dedicación. Cada tomate, cada queso, cada ciento de pimientos, cada botella de txakolí es el resultado de un trabajo que trasciende generaciones. En un mundo donde lo global a menudo eclipsa lo local, esta feria se convierte en un acto de resistencia, un grito de orgullo por lo autóctono.

Cada rincón de la feria es un recordatorio de que el sector primario no es solo una actividad económica, sino una forma de vida. Es la conexión con la naturaleza, el respeto por el ciclo de las estaciones y la sabiduría de quienes han trabajado la tierra desde tiempos inmemoriales.