Todo se agita, todo se mueve. Hay fiesta y barullo en el vaso mezclador del cóctel de las noticias, donde imperan el intenso sabor seco de los vuelos directos a Nueva York desde Bilbao pero donde se percibe un exceso del amargor de la angostura del descarrilamiento de un Albia que cubría la ruta Bilbao-Madrid, de los bárbaros de Getxo, detenidos por explotar laboral y sexualmente a sus empleadas o de ese dolor en los bíceps del alma al conocer que Nadal dejará hecho un páramo la tierra batida al anunciar su retirada. Todo se agita, ya ven.
“Él era tan duro y romántico como la ciudad que amaba”, dejó grabado Woody Allen en su película Manhattan, el neoyorquino más cosmopolita que se conoce hoy en día. Quien viaja por ocio a la gran ciudad se regodea en la ensoñación de encontrarse con él. A partir de ahora, si usted es de Bilbao tendrá más posibilidades. Perdón, más facilidades. Posibilidades, las mismas: casi nulas.
La aerolínea United Airlines ofrecerá el primer vuelo comercial transoceánico desde La Paloma, que contará con tres frecuencias semanales, allá por el verano del año venidero. Será la primera vez que el sueño se materialice en carne y hueso y uno recuerda lo que sucedía a estas alturas del calendario del pasado siglo. Aunque la historia de la aviación ya había despegado en los primeros años del siglo XX, la posibilidad de realizar vuelos comerciales transatlánticos no fue una realidad hasta que el dirigible Graf Zepellín unió Europa y América en 1928. Fue una hazaña no exenta de riesgos y momentos de tensión y al frente de la cual estuvo el alemán Hugo Eckener. El 20 de mayo de 1927 emprendió en solitario el primer vuelo transatlántico entre Nueva York y París sin escalas en 33 horas y media en su avión El Espíritu de San Luis; hazaña que transforma la aviación comercial y militar. En aquellos años se miraba al cielo como tierra de prodigios. Hoy el asombro es otro, más tenue, pero Bilbao aplaude.