Coincidir con algo o alguien es maravilloso pero conectar... ¡conectar es mágico! Es algo propio de la punta de lanza de vanguardia de nuestros tiempos, ideas que hace no demasiado parecían propias un Julio Verne del siglo XXI. Quizá no veamos coches voladores en nuestras carreteras hasta dentro de muchas décadas. Pero en esa imagen, tan deudora de la ciencia-ficción, hay elementos que, sin embargo, sí empiezan a tener visos de realidad a corto plazo. Hablamos de las autopistas conectadas, en las que la comunicación de los vehículos entre sí y con la propia infraestructura impulsen la máxima eficiencia para los usuarios y a nivel energético; o vías sostenibles en las que cada elemento contribuya a reducir, cuando no eliminar totalmente, la huella de carbono asociada.
La autopista A-8 lleva camino de convertirse en un banco de pruebas donde podrá comprobarse cómo se perfila la movilidad del futuro que acabará siendo bien diferente a lo que hoy tenemos ante nuestros ojos. Hagamos un ejercicio de reflexión. La movilidad sostenible no es solo una cuestión de moda; es una necesidad. El cambio climático lanza ya diversos toques de atención que no se pueden ignorar. Las ciudades, con su densa población y su tráfico incesante, son responsables de una gran parte de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por eso, la transición hacia un modelo de transporte más limpio y eficiente no es solo deseable, es urgente.
Pero... ¿Qué significa realmente ser conectado, algo más orgánico que estar conectado? En este contexto, se trata de aprovechar la tecnología para optimizar los desplazamientos. Imagine un sistema de transporte público que se adapte a sus necesidades en tiempo real, que le avise de la mejor ruta, que le ofrezca alternativas en caso de congestión. La conectividad no solo mejora la experiencia del usuario, sino que también reduce el tráfico y, por ende, la contaminación.
Hay que hacer una advertencia, eso sí. No podemos caer en la trampa de pensar que la tecnología es la solución mágica y única. La movilidad sostenible y conectada requiere, a su vez, un cambio cultural. Repensemos las prioridades que nos muerden los talones: ¿realmente necesitamos un coche para cada miembro de la familia? ¿Podemos fomentar el uso de la bicicleta o el transporte público? La respuesta está en nuestras manos. Denle una vuelta.