La torre es un pieza clave en el juego del ajedrez. Simboliza una fortificación. Antiguamente se denominaba como roque (palabra de la que proceden enroque y enrocar, y que proviene del árabe roc, término que significa carro), denominación utilizada en la Edad Media para referirse a un carro de guerra. La torre BAT de la que hoy vengo a hablarles también alumbra el juego, ese mediante el cual Bilbao pretende consagrarse con una ciudad puntera en el siglo. Bien pudiera decirse que es un faro de la innovación y la cultura, una luz que abre camino.

Quizás por ello ha doblado sus capacidades en apenas un par de años. La gente de vanguardia la mira con ojos de deseo. Es un símbolo de modernidad y ambición. Este rascacielos no solo redefine el horizonte de la ciudad, sino que también representa un punto de encuentro entre la tradición y la vanguardia.

Su arquitectura es, a su vez, un reflejo de la evolución de Bilbao. Con su diseño audaz y contemporáneo, se alza como un testimonio del espíritu emprendedor de la ciudad. Cada línea y cada ángulo parecen contar una historia de superación y progreso. Sin embargo, más allá de su impresionante estructura, la Torre BAT también invita a la reflexión sobre el papel de la arquitectura en nuestras vidas. En un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados, este edificio nos recuerda la importancia de crear espacios que fomenten la interacción y la creatividad. No es solo un lugar de trabajo; es un espacio donde las ideas pueden florecer y donde la comunidad puede reunirse. Además, su ubicación estratégica en el centro de la ciudad la convierte en un punto de referencia accesible para todos. La Torre BAT no solo se alza hacia el cielo, sino que también se conecta con el pulso de Bilbao, integrándose en la vida cotidiana de sus habitantes. Este diálogo entre el edificio y la ciudad es fundamental, ya que nos recuerda que la arquitectura debe servir a las personas y no al revés.