Le han llamado el cigarrito de la risa y hay quien le considera la antesala al infierno de las adicciones. ¿Quién tiene razón? Como tantas veces nos lo ha demostrado la vida, probablemente los riesgos estén en la dosis. Aristóteles lo vio con claridad, supongo que sin estimulante alguno. “En el término medio está la virtud”, dijo. Y si parece que la ciencia, a la que tanto crédito se le concede, reconoce que el cannabis es, en ocasiones, la salida al laberinto del dolor, una alternativa natural para muchos problemas de salud, también es verdad que el consumo excesivo lleva a quien cae en ese red a una dependencia que ablanda las entendederas y debilita la fuerza de voluntad.
Ahora, cuando se avecina la llegada a nuestro entorno en Bizkaia de Spannabis, una de las ferias más grandes e influyentes del mundo dedicada a la planta del cáñamo y su industria volverá el debate. Lleva años librándose, cono si fuese una de aquellas discusiones en las academias de la Grecia clásica. Por supuesto, hay que tener en cuenta la regulación. No parece lo apropiado que buena parte de la sociedad se ponga a volar como una bandada de globos de helio. Pero con las reglas adecuadas, quizás fuese posible disfrutar de un uso responsable y seguro. ¡Y quién sabe! Tal vez incluso se produjese un aumento en la creatividad. ¿Se imaginas a los artistas creando obras maestras inspiradas en su viaje verde, tan orgánico?
Miremos el asunto desde el otro lado de la ventana. Marihuana es un término genérico utilizado para denominar a Cannabis sativa, especie herbácea con propiedades psicoactivas. Existen antecedentes de uso de C. sativa que datan de 4000 años a.C. en China, para tratar diversas afecciones. En Estados Unidos estuvo disponible su venta en farmacias sin receta hasta 1941, y en 1970 la ley de sustancias controladas la declaró ilegal. Oigamos la ciencia. El consumo provoca sensación de euforia, disminuye la ansiedad y el estado de alerta. Los consumidores primerizos e individuos psicológicamente vulnerables pueden experimentar ansiedad, disforia y pánico. Se puede alterar la percepción sensorial aumenta el tiempo de reacción, deteriora la atención, la concentración, la memoria a corto plazo y la capacidad de evaluación de los riesgos. El efecto agudo deteriora la coordinación psicomotora e interfiere la capacidad de realizar tareas complejas que requieren atención dividida, como la conducción. No suena bien.