He aquí el que fuera el séptimo mes del calendario romano y el noveno en nuestra civilización, un tiempo de fronteras entre estaciones (con el día del equinoccio -22 o 23- comienza astronómicamente el otoño...), circunstancia que no sé si hoy tiene mucho sentido, con las continuas variaciones climatológicas. Septiembre, el mes que en nuestra infancia y adolescencia olía a tiza y el tiempo de madurez para la vendimia, ha cambiado en sus usos y costumbres. 

La noticia que nos llega, ya ven, es que va convirtiéndose en el predilecto para viajar para quienes pueden esquivar los grilletes laborales por arriba o por abajo (bien porque llegaron a los jardines de la jubilación o bien porque aún pueden proyectarse desde las flexibilidades de la juventud...) y no solo por las posibilidades del calendario. Es también el mes de los prodigios. Las playas, que en julio y agosto están abarrotadas, se convierten en espacios más tranquilos, donde uno puede disfrutar del sonido de las olas sin el bullicio constante. Las ciudades, por su parte, recuperan su ritmo habitual, permitiendo a la gente que viaja sumergirse en la cultura local sin la presión de las grandes aglomeraciones, en el parque de distracciones recreado para los visitantes. Ambas cuestiones se aprecian para el viaje a cámara lenta, pausado y sereno.

Es bien sabido que entra en juego por estas fechas un mes de cambios. La naturaleza comienza a revestirse con tonos cálidos, y los paisajes se transforman con una paleta de colores ocres que invita a la contemplación. Viajar en este mes puede ser una oportunidad para reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre lo que hemos vivido durante el año y lo que nos espera en los meses venideros. Es un momento perfecto para desconectar y reconectar con uno mismo. Y como quiera que la demanda mengua por las restricciones de las que les hablé, los precios se abaratan. Una razón más para abrirse camino en estas fechas. Quien pueda, insisto.

Es, además, un mes de cosechas, donde los mercados locales ofrecen productos frescos y deliciosos. Permite disfrutar de la gastronomía de cada región en su mejor momento, probando sabores que son un reflejo de la tierra y de la cultura. En conclusión, viajar en septiembre, además de envidiable, es una experiencia que va más allá de lo turístico. Es un viaje hacia la introspección, la conexión con la naturaleza y la celebración de la vida. Puro lujo.