DE repente el turismo se ha convertido, según determinados sectores de la calle, en una consecuencia maligna de la última glaciación, esta que llega en el primer cuarto del siglo XXI, con los problemas derivados del cambio climático, los puestos de trabajo de baja escala y altas exigencias porque no permiten la conciliación desde el primer minuto y un puñado de cuestiones más. El turismo llega a la ciudad y trae consigo el efecto acción reacción, es lo que vienen a decir las voces discrepantes de la primera parte. En un soplo el turista se ha convertido en un apestado de nuestro tiempo. Dañan la hostelería, encarecen los pisos en julio y en agosto, destrozan los portales y malhadan la convivencia en la escalera. Como si la hostelería no cobrase por encima de lo que era costumbre; como si en julio y agosto estudiantes y trabajadores demandasen alquileres asequibles o en las escaleras de la inmensa mayoría de los portales se invocase a la Santa Compaña de la fraternidad y no hubiese disputas. Los malos, ya se sabe, siempre son los otros. Los de fuera.

En los últimos años, es cierto, el mercado inmobiliario ha experimentado una transformación significativa debido a la proliferación de los pisos turísticos. Este fenómeno ha desatado un intenso debate sobre su impacto en los precios del alquiler y la accesibilidad a la vivienda. ¿Son realmente los pisos turísticos los culpables del aumento desorbitado de los alquileres?

Ahora que Bilbao se sumerge en esta tendencia creciente, aparecen algunos estudios que indican que en áreas con alta concentración de pisos turísticos, los precios de las viviendas han subido significativamente. Es cierto que ejerce una influencia en los costes, eso seguro. ¿Y no lo hacen múltiples factores en juego y de riesgo, como la falta de oferta de viviendas libres y la inflación general, pongamos por caso? ¿Y no es, en no pocas ocasiones, parte de la ciudadanía la que se favorece con la llegada del turismo? ¿Acaso vienen a quitar puestos de trabajo o a generar beneficios?

Es el signo de los tiempos. Numerosas voces se sienten incómodas por ciertos trastornos del turismo pero no se escucha la réplica de quienes se benefician. No está de moda darle la bienvenida al Mister Marshall de turno, como si nos fuesen a robar el alma, el carácter y la personalidad, algo que ya se puso en venta hace no pocos años, a la ciudadanía. Piénsenlo. l