Tiene un don, irradia el encanto o la calidad especial de algo que te atrae. Es lo que se conoce como la atracción, una ciudad que siempre tuvo carácter pero a la que faltó belleza. O, por decirlo de manera más certera, una ciudad que se despreocupó de su imagen, empeñada, como estaba, en crecer por la vía de la industria. Así fue hasta que llegó el derrumbe y Bilbao se quedó empantanada (las funestas inundaciones del 83 del pasado siglo fueron, si me apuran, el lecho de roca, el fondo del pantano....), alejándose cada día más de su poder.

No ha sido fácil la recuperación. Bilbao era una ciudad que vivía sin máscaras, a cuerpo descubierto. Y si bien era algo que les apasionaba, nos apasionaba, a buena parte de sus habitantes era casi un imposible pensar que se desatase pasión alguna entre quienes miraban la ciudad. Esa es la ciudad donde pasta el dinero y dónde florecen chimeneas como árboles frutales, pensaban quienes elegían destinos para un cambio de aires, poco aconsejable por aquel entonces, cuando la contaminación era otra de sus características más visibles.

¿Qué ocurrió, entonces, para que Bilbao se haya convertido, en apenas un puñadito de décadas, en una de las ciudades más buscadas por internet? De momento, que lleva menos tiempo en el escaparate de las bellezas que ofrece el mundo. Y que el atractivo no llegó de sopetón, sino poco a poco, con la limpieza de la ciudad (bajo el hollín había una hermosa arquitectura, como en el mayo del 68 encontraron la playa bajo los adoquines de París...), la desaparición del terrorismo y su estela de temores y recelos, el auge del Guggenheim, que demostró como el titanio ejerce la atracción de una piedra imán. Poco a poco, insisto, fue clareando la noche y resultó que el amanecer de Bilbao era, es, una maravilla.

Al abrigo de esas bellezas han llegado esas búsquedas de las que les hablaba. Suma para bien la puntualidad del aeropuerto y añade puntos extra el florecer de los pisos turísticos, la moneda de dos caras más vertiginosa de nuestro tiempo. Bilbao roza ya las mil oportunidades de alojarse, algo que enriquece los poderes de la ciudad de puertas a fuera y molesta a los vecinos de toda la vida, que no están por la labor de aprender francés para pedir un puñadito de sal a la vecina del quinto ni inglés para buscar una parcela de aparcamiento en la manzana más cercana de casa.