Hay espíritus que viajan con el combustible del recuerdo, una energía verde que no contamina pero que empuja y empuja, siempre hacia delante. Ese afán era el que llevó a Quico Mochales hacia un porvenir sin barbas ni chaquetas, sin zapatos de tacón ni vestidos de gala. La calle era su mundo y bajo esa idea creó, en 1978, las primeras fiestas populares (alcanzó la estela del cometa de su deseo el 21 de marzo de 1978 con la organización de un concurso de ideas llamado Hagamos populares las fiestas de Bilbao...), inventó los fuegos artificiales para Bilbao y paseó su savoir faire, heredado de su educación a la francesa, pues fue el primer alumno que tuvo el Colegio Francés de Bilbao cuando inauguró su primera sede en 1933 bajo los auspicios de monsieur Jean Laffontan. Ahora, cuando entramos en la harina de Aste Nagusia con la elección del cartel ganador de este año, era pertinente y de ley recordarle. Se diría que su memoria estuviese asomándose al balcón.
¿Por qué volver al pasado?, se preguntará la gente inquieta. La obra de Mario Larrinaga Azul Agosto será la encargada de anunciar las fiestas de la villa. Me falta un dato para hacerme entender. El segundo apellido del artista cartelista es Mochales. Sí, es nieto de Quico. Y ese mismo espíritu callejero y popular, ese estallido de alegría en la calle que buscaba Quico contra el viento y marea de la intransigente alcaldesa Pilar Careaga, se refleja en el cartel. Me gusta pensar que es el espíritu del abuelo el que le alcanzó como el rayo a Mario, inspirándole. No sé si ha sido así o todo obedece a a la caprichosa casualidad pero es hermoso creer que existe una conexión entre los dos mundos, el de ayer y el de hoy. No se trata de esa traslación de almas o solo una locura pasajera de quien esto escribe. Lo que sí parece cierto es que el cartel encaja con la calle y que el jurado lo ha elegido con una inmensa mayoría. Esté donde esté, Quico sonreirá con elegancia. Como lo hacía.