La ley gitana es la de los caminos, la de la naturaleza y la tierra, la de la libertad y la vida nómada, por mucho que en los tiempos modernos haya enclaves más firmes, campamentos más sólidos. La suya es una vida a contracorriente si se compara con otros mundos y se han encontrado, a lo largo de los años, con mil y un zanjas y barreras lo que provocó que el pueblo romaní viviese a su manera, lejos de muchas otras costumbres. ¿Fue eso lo que provocó que se les mirase con ojos torcidos, que se les señalase como una etnia inferior por diferente...? ¡Quién sabe!

Ante esta realidad nació el día de la resistencia gitana, señalado en el calendario por los horrores vividos en la II Guerra Mundial. El 27 de abril de 1940, el comandante en jefe de las SS, el genocida Heinrich Himmler, ordenó la deportación de 2.500 gitanos a los territorios polacos ocupados. La orden se cumplió unos días más tarde y el 16 de mayo de 1940 fueron llevados a Auschwitz. Ninguno sobrevivió. Cuatro años más tarde, el director del campo gitano, Zigeunelager como se le denominaba en alemán, era un miembro de la Waffen-SS llamado Georg Bonigut. Debió sentir un impulso de compasión por lo que en la noche del 15 de mayo se lo dijo a Tadeusz Joachimowski que era un preso político que ejercía de escribano o trabajador administrativo del campo gitano. “La cosa en el área de los gitanos se pondrá pesada; hay una orden para liquidarlos.” El propio Tadeusz recuerda lo que sucedió la noche del 16 de mayo de 1944. “Hasta el sector de los gitanos llegaron vehículos de los que descendieron entre 50 y 60 hombres de las SS armados con metralletas. Algunos de ellos entraron a las barracas y al grito de ‘¡Vamos! ¡Vamos!’ les ordenaron salir. Nadie salió, atrincherados con palos y piedras.” Aquellas resistencias son las que se conmemoran en estos días.