¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?, se planteaba la ingeniosa Mafalda, siempre capaz de ver con claridad tras las gafas de la imaginación. Volar, digo, como metáfora de los viajes, una de las maneras más apreciadas de usar el tiempo libre. Vistas ahora un puñado de maletas arracimadas en el aeropuerto de Bilbao uno se permite la licencia de imaginarse una condena del tiempo libre y, por extensión, del ser humano en uno de sus estados más felices. Da pena verlas.

Permítanme que me detenga en esa fotografía, más amable, si me permiten decirlo así, que esa otra montaña de maletas confiscadas en Auschwitz, esas maletas vacías cuya contemplación tanto me dolió y me dejó sin aire. Vi también una instalación artística en la que se levantaba una suerte de torre de maletas, petacas, valijas, maletines, mochilas y morrales, como metáfora del viaje (disculpen que no recuerde al autor o la autora...) y sus maneras y la imaginación hacia atrás evoca a esos maletones que embarcaban en los cruceros de lujo de finales del siglo XIX o a los botones cargando, qué se yo, lo mismo con lujosos equipajes de Louis Vuitton de ayer que con las populares Samsonite de hoy.

A un corral de maletas, a eso me recuerda la fotografía. Es una imagen en resumen de las más de 4.000 maletas que se quedaron en tierra, en La Paloma, como si alguien les hubiese cortado las alas. Casi se diría que añoran a sus dueños (en realidad, son las y los propietarios quienes más las han echado de menos...), como si fuese un animal de compañía. Ver al rebaño ahí dispuesto sin decir ni mú da un nosequé.

La idea es que no se repita ese retablo en los próximos días. Al parecer, Iberia y los sindicatos negocian para evitar un próximo paro en breve. Sería de agradecer que llegasen a un acuerdo porque resulta incómodo encontrarse, de repente, sin ropa interior ni cepillo de dientes en tierras lejanas. Son artículos de primera necesidad para la población viajera cuya ausencia repentina paraliza o, cuanto menos, incomoda. No se trata, lo he escrito alguna que otra vez, de colocarse a un lado u otro de la frontera. Lo que el viajero o el viajante (vacaciones o traslados laborales) desea es no convertirse en moneda de cambio ni de disputa. Añoran su neceser, las camisas dobladas, las faldas plisadas y un calzado de recambio. Y aborrecen que su querida maleta ande por ahí, dando tumbos.