LOS primeros asientos del avión, con un ancho de butaca y el largo suficiente para estirar las piernas; la cubierta con sus soles y sus sombras, al aire fresco y con acceso a una barra de bar, un daiquiri y una hamaca, con vistas a la mar y al horizonte; los vagones de tren personalizado, con ventanales para el recreo de la vista, confortable suite y mesa reservada en el vagón restaurante. He ahí ejemplos de primera clase diseñados para un cómodo viaje de largo recorrido. Las travesías en distancias cortas, tantas veces a contrarreloj, ya lo saben, son otro cantar. Un aquí te pillo aquí te mato de urgencia, sí, pero que se aprecia a nada que te permita llegar a la cita, a la mesa, a la fábrica, al despacho, a San Mamés.

También en ese asunto de diario puede hablarse de primera clase, por supuesto. Si no pierdes mucho tiempo en el camino, si llegas a tu hora, lo agradeces sobremanera. Moovit es una de las aplicaciones de movilidad urbana más empleado del mundo y ha echado el ojo al transporte público para sacar, de su investigación, una radiografías de las tierras auscultadas. Y ahí aparecen, ¡voilá!, algunos datos que llaman la atención y convierten al transporte público de Bilbao en algo casi aristocrático. De momentos, los ocho minutos de media de espera para que llegue tu transporte son una minucia en el juego de los espejos. En la comparación marcan el ritmo del correcaminos frente al coyote de otras ciudades.

El pueblo también agradece la velocidad media de 3.6 km/h habida cuenta que las distancias no son exageradas y, sobre todo, la casi ausencia de transbordos y agradecería frecuencias más cortas aún. El 95% de la ciudadanía tiene alguna parada de transporte público a menos de 300 metros de su portal, lo que supone otro detalle apreciable. Lo dicho, el informe de Moovit dibuja un billete de primera clase. Luego, claro, habrá peros que poner.