Pido permiso a la mitología para recordarles cómo sucedió todo. Europa, hija del rey Agenor, estaba un día en la playa con sus amigas cuando fue vista por Zeus, quien enseguida se sintió atraído por la belleza de la joven. Para acercarse a la doncella sin levantar sospechas el dios se transformó en un toro blanco y resplandeciente: con esta forma Zeus se acercó y sentó a los pies de la joven. Europa, temerosa en un principio por la presencia del animal, poco a poco fue cobrando confianza y empezó a acariciarlo. Fue tanta la confianza que cogió que llegó a sentarse sobre el lomo del animal, el cual aprovechó la ocasión para levantarse y adentrarse en el mar llevándose a la joven consigo, sentada en su lomo y aferrada a sus cuernos. A través del mar ambos llegan hasta la isla de Creta, donde el dios y la mortal se unieron a la sombra de unos árboles que, en recuerdo de dicho acontecimiento, nunca perderían sus hojas.

También el Athletic regresó a Europa seis años después y era previsible que se sintiese temeroso. El embraguetado partido de Roma le sacudió los temblores: se vieron poseídos y se lanzaron hacia la puerta de salida. Aquel gol de Aitor Paredes in extremis tuvo un efecto balsámico. Los leones descubrieron que sí, que la fórmula de juego propuesta por el conjunto de Valverde no era un tónico de consumo doméstico. Descubrieron que ese Athletic desatado como el Cantábrico con el que acostumbra a presentarse sobre el terreno de juego es también poderoso más allá de las fronteras. Frente al AZ Alkmar, ya más confiado como la joven Europa, volvió a lanzarse a la yugular. Y vieron que sí, que la Europa League también puede asombrarse con la belleza de sus embates, con el corazón que entra en cada remate, a cada robo.

Llega ahora una tercera ocasion. Hablan de un Slavia Praga repleto de fortaleza, un equipo duro de roer. Les espera el Athletic en estado de mucha esperanza (iba a escribir “de buena esperanza” pero quise regatear el equívoco...), regresa a Europa en San Mamés, donde ya se exhibió y que se han convertido en tierra sagrada para los leones. Es una de las recuperaciones de Valverde desde su regreso: convertir San Mamés en un castillo inexpugnable. Aquí es donde el Athletic ha de jugarse sus monedas continentales y, ¿por qué no?, ligar una sucesión de buenas manos que le coloque entre los ocho primeros clasificados. Ese ha de ser el objetivo de los leones: ahorrarse un par de partidos, una eliminatoria más. Y, sobre todo, saber que esa clasificación le otorga una ventaja casi mágica, como les decía: el privilegio de jugar en San Mamés el partido de vuelta.

Llega el Slavia, les decía. Un viejo zorro. Le aguarda un Athletic libre de lesiones –Unai Simón se daba por hecho desde los comienzos a estas alturas...– y convencido de que el suyo con esta competición puede ser un amor en estado puro. Empujemos todos, athleticzales del mundo, para conseguir que el viejo roble vasco no pierda sus hojas jamás. Empujemos a este Athletic en el país de las maravillas para que se mantenga ahí, en un cuento, durante el mayor tiempo posible. Estas cuestiones, ya lo sabemos, provocan un efecto singular: llega un momento en que te crees inmortal, un tiempo en el que piensas que todo es posible. Es el primer gran Athletic del siglo XXI.