Esprintó como si le persiguiesen los demonios, frenó en seco para que se pasase de largo el defensa que salía al cruce y se acomodó el balón para rematar con violencia por encima de la cabeza del portero. Nada de parábolas ni precisiones cariocas: un remate a quemarropa cargado de pólvora que acabó en la red. Y entonces el joven Nico se convirtió en esa figura que tanto refleja su carácter, en un hombre que baila. Ha sido su penúltima aparición en la pista, el más difícil todavía de ayer que anticipa otros números prodigiosos por venir. Lo suyo es fútbol corriéndole por las venas al igual que el ritmo trepidante. Quizás por eso bailó.
El gesto fue una maravilla pero puso en alerta a los grandes depredadores de la jungla del fútbol. Quieren hacerse con él. Ya lo pregonan sin disimulo. Los tambores del Chelsea suenan en la lejanía y el viejo león malherido, el Barça de los pobres, asegura que hará lo posible, pero no sabe si llegará.
La fulgurante aparición de Nico Williams en esta Eurocopa, a la espera del partido de oro de los cuartos de final contra Alemania, ha sorprendido, quizás porque consideraron al Athletic como un equipo exótico en sus ideas, bravo en su juego pero de corta calidad. ¡Qué error!
El joven Williams, que nació para el fútbol a la sombra de su hermano Iñaki y que nació para la vida en el seno de una familia que le marcó la ruta en el duro camino aprecia los valores de la familia del clan. Lo recuerda siempre. Cuando admira a su hermano, cuando habla del vestuario del Athletic, cuando juega con Yamal. ¿Quién le ofrece algo así?