AÑANA se cumple el décimo aniversario de la Conferencia de Aiete y los días previos han servido para rememorar la función que tuvo el encuentro para dotar de cuerpo la acción política civil en Euskadi en favor de un escenario de paz abriendo la puerta a lo que días después sería la suspensión definitiva de la actividad terrorista de ETA. La voz de los participantes internacionales ha sido la que ha canalizado el resumen de aquella iniciativa, proyectando una visión externa de lo que fue un trabajo desarrollado durante años por activos sociales y políticos vascos, cosechando frustraciones y esperanzas hasta la materialización del final de la violencia. Tiene un punto de idílico el mensaje que puede quedar de las, por otra parte enriquecedoras, aportaciones de referentes en los procesos de conciliación como Griffiths, Spektorovski, Powell o Jaramillo. No es cuestión de rebajar ese reconocimiento pero tampoco de autocomplacernos como sociedad en un pasado demasiado reciente como para quedar edulcorado. Llegar a Aiete fue un camino difícil, doloroso y frustrante en ocasiones. El compromiso discreto y perseverante fue la auténtica fórmula de construcción de un escenario de mínima confianza al que no colaboraron durante años ni la propia ETA ni el gobierno del PP. Congratularse del escenario sobrevenido es de justicia y situar aquella conferencia en la necesaria escenificación de un proceso que había tomado cuerpo contra las circunstancias adversas, también. Y, una vez, constatado esta aportación durante los últimos diez años, parece llegado el momento de proyectar hacia el futuro los esfuerzos. La convivencia en Euskadi sigue construyéndose día a día y demanda de los agentes sociales y políticos del país un compromiso constante con principios incuestionables. La organización terrorista ya dispuso de su pista de aterrizaje y supo aprovecharla. La siguiente fase, en curso, tiene que ver con la verdad, la justicia y la reparación en el reconocimiento y compensación de las víctimas, como recoge la propia declaración presentada hace diez años. Y con el diálogo como única herramienta éticamente practicable y la voluntad mayoritaria de la sociedad como baremo. Asentados en el pilar del respeto a la divergencia y la reprobación ética de la violencia injusta pasada para que no quede atisbo de duda.