L arranque, el pasado viernes, de la decimotercera legislatura en Catalunya con la constitución del nuevo Parlament surgido de las elecciones celebradas el 14 de febrero no ha despejado las incógnitas sobre la posible constitución del Govern ni, en consecuencia, de la gobernabilidad y estabilidad ni de la vía que emprenderá el país catalán a corto y medio plazo para resolver un conflicto fuertemente enquistado. La elección de la Mesa -que amplía su presencia independentista, al igual que la propia Cámara fruto de los resultados de las urnas- y de su nueva presidenta, Laura Borràs (JxCat), parecen apuntar a la por otra parte nada indisimulada intención de conformar un Govern entre ERC y Junts con apoyo -que pudiera ser externo- de una CUP que por primera vez tiene presencia en el órgano de gobierno del Parlament. Sin embargo, nada hay concretado hasta el momento y, por el contrario, los obstáculos son de gran envergadura. El bloqueo sigue instalado en Catalunya como en un bucle infinito. Las elecciones -como era previsible- no han servido para romper esta dinámica, con dos partes, independentismo y constitucionalismo, por ahora irreconciliables y sin capacidad real de imponerse una mitad sobre la otra y con una división estratégica dentro del propio soberanismo que impide de facto la búsqueda de soluciones. Cada paso es un punto de fricción. La propia elección de Borràs no ha sido una excepción, dado que está bajo investigación (imputación) judicial por su gestión anterior como conseller. Asimismo, el contexto general continúa siendo extremadamente tenso, más allá de la propia pandemia. La reciente retirada por parte del Parlamento Europea de la inmunidad de Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí que ha dado pie al juez Pablo Llarena a buscar más subterfugios legales para reactivar la euroorden contra el expresident y la anulación del tercer grado concedido a los presos del procés y, por tanto, su regreso a prisión muestran a las claras que el conflicto está muy lejos no ya de resolverse sino de hallar siquiera vías de solución. El discurso inaugural de Borràs y de otros dirigentes independentistas augura más confrontación con el Estado, mientras el constitucionalismo sigue sin abordar el verdadero problema, negando el derecho a decidir. El diálogo es cada vez más necesario y urgente pero está cada vez más lejano.