L primero de los tres debates entre Donald Trump y Joe Biden en la campaña de las elecciones presidenciales en Estados Unidos del próximo 3 de noviembre, celebrado este martes en Cleveland (Ohio), constató del modo más crudo la constante y global deriva que está deslegitimando la política y llega a amenazar con poner en cuestión las democracias parlamentarias. Trump, sobre todo, pero también Biden, ofrecieron en prime time y durante hora y media la emisión televisiva de la definición que George Bernard Shaw hizo de la política: el paraíso de los charlatanes. Hoy, el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de las naciones o estados ni siquiera se limita ya en la mayoría de los casos a la actividad de las personas que gobiernan o aspiran a regir los asuntos públicos, es decir, a la pugna entre quienes pretenden mostrar a la sociedad lo realizado y quienes le ofrecen como alternativa lo que consideran realizable, sino que se reduce a una guerra de imagen y eslóganes aprendidos que no llevan al contraste intelectual de las capacidades sino a la mera, y en la mayoría de los ocasiones agria y deseducada, discusión, que no debate. Que Trump haya maniobrado en ese barro hasta alcanzar la presidencia de EE.UU., la primera democracia del mundo, fue el gran éxito de una serie que ya tiene versiones extramuros del país del show bussiness, y no únicamente con Boris Johnson en Gran Bretaña (ahí están los últimos rifirrafes parlamentarios en el Congreso español), y a cuya continuidad contribuye asimismo Biden cuando, en el intento de frenar el irracional populismo de su oponente, pretende utilizar, como en Cleveland, similar actitud y dialéctica ante la sospecha de incapacidad para que una alternativa moral sea trasladada por los mass media y las redes sociales en mensajes audibles y comprensibles para un ciudadano demasiado acostumbrado al consumo irreflexivo, compulsivo incluso, e incapaz o sin tiempo ni ganas para detenerse en el análisis. La política que, según dejó dicho Tierno Galván, al final del pasado siglo había dejado de ser una disputa entre ideales para fundamentarse en un contraste de programas, entrados en el siglo XXI corre el riesgo de convertirse, si no lo ha hecho ya, en una pelea de ocurrencias. Y estas quizá sirvan para ganar elecciones, pero para el tránsito del triunfo electoral al éxito de gestión son absolutamente inanes. No solo en Estados Unidos.