O habrá gobierno democrático en el mundo que no se haya visto severamente presionado, desgastado ante su opinión pública y arrastrado a la improvisación con la irrupción de la pandemia de covid-19. Ninguno de los parámetros en los que había derivado la práctica política en los últimos años era una herramienta útil ante una situación sobrevenida, sin antecedentes ni hoja de ruta definida. En algunos casos, la deriva de ciertas tendencias a sustentar la acción política más en la mercadotecnia que en la gestión ha causado además la percepción de desorientación entre los administradores de lo público. La pandemia ha acreditado que no hay aciertos plenos. Ejecutivos de todo el mundo han oscilado entre las medidas más restrictivas y otras que rozaban la inacción. En todos los casos ha habido momentos de mayor y menor virulencia en la propagación e incidencia del coronavirus. El gestor no tenía manuales a los que acudir y cuando la incertidumbre se mezcla con la voluntad de hacer política de bajo nivel, arrimando el ascua del miedo hacia intereses partidistas, la desazón se multiplica. No hace falta poner nombres porque es fácil percibir el fenómeno en diferentes lugares del mundo, cercanos y lejanos, aunque es cierto que algunas actitudes cercanas que han primado el desgaste de los gobernantes no han tenido su equivalente en el entorno europeo. En todo caso, precisamente cuando volvemos a padecer la escalada de casos y el temor anida en muchas mentes, se acerca el momento de que el gestor público, el administrador político, pueda ejercer liderazgo. El futuro inmediato requiere de consensos porque reclama una organización de los recursos eficiente y con prioridades definidas y compartidas. El próximo trimestre deben definirse presupuestos de países, comunidades autónomas, territorios y ayuntamientos. Serán difíciles por las apreturas y por las necesidades pero es la hora del administrador. Los hechos, los números, pueden y deben ser claros y contundentes para sustentar esos consensos precisos en un compromiso que trascienda siglas políticas e intereses lobistas. La sociedad civil es un activo central en la superación de esas divisiones, necesaria porque la situación sanitaria mundial no tiene origen ni solución meramente ideológicos. El pulso es con la enfermedad, con el rescate social y con la sostenibilidad ambiental y económica.