L angustioso grito "I can't breathe" ("no puedo respirar"), pronunciado por George Floyd mientras un policía le presionaba mortal y criminalmente el cuello con su rodilla hasta asfixiarlo, y que a la postre fueron sus últimas palabras, se ha convertido en uno de los lemas que han movilizado a miles de norteamericanos en contra del racismo y de determinados comportamientos y métodos policiales en Estados Unidos en un movimiento que se ha extendido ya a todo el mundo. La consigna -junto a la de Black lives matter (las vidas negras importan)- es mucho más que la repetición de esa terrible súplica de Floyd y apela directamente a la conciencia de toda la ciudadanía y de las instituciones en una denuncia que se repite periódicamente de forma dramática ante el racismo, la discriminación y la desigualdad. La contestación social masiva que ha generado la muerte de Floyd, más allá de los primeros disturbios violentos, están teniendo una repercusión solo comparable a las que se produjeron tras el asesinato de Martin Luther King en 1968. Ayer mismo, decenas de miles de personas secundaron en varias ciudades de todo el mundo el llamamiento a protestar contra el racismo y a solidarizarse con Floyd y, en general, con la población negra que sufre odio y discriminación en todo el planeta. El caso sucedido en Mineápolis ha vuelto a mostrar que, pese a más de un siglo de lucha, el racismo sigue instalado en amplias capas de la sociedad norteamericana y sus instituciones, por ejemplo en las distintas policías y en la justicia. Según un estudio realizado el año pasado por la Universidad Northwestern, los afroamericanos tienen 2,5 veces más probabilidades de morir a manos de la policía que los ciudadanos blancos. Un problema de primer orden que las autoridades de EE.UU. no han abordado en su por otra parte inmensa complejidad, lo que no hace sino enquistar la situación, dar alas a los supremacistas, agravar las discriminaciones y, en definitiva, dar carta de naturaleza al racismo. La actitud provocadora e irrespetuosa del presidente Donald Trump negando el origen sistémico del fenómeno racista y su nula intención de ponerle fin explican en gran parte la persistencia del problema y pone el foco en los millones de votantes a los que halaga su pernicioso e inhumano discurso aunque sus privilegios se deban a que hay otros millones de personas que, literalmente, no pueden respirar.