LA victoria del Likud de Benjamin Netanyahu en las elecciones de Israel sorprende tanto por el triunfo en sí mismo solo seis meses después de su derrota ante Beny Gantz como por los cuatro escaños (36 por 32) en que aventaja al partido Azul y Blanco de quien fuera Jefe del Estado Mayor del Tzáhal, el ejército hebreo, y parece abocar al país a la ingobernabilidad. Porque lo que Netanyahu trata de catalogar como histórico no deja de ser un triunfo pírrico que le deja en situación similar a la de abril, cuando incapaz de aglutinar una mayoría de gobierno se vio obligado a convocar las elecciones de septiembre en las que saldría derrotado. Ahora, tras los terceros comicios en diez meses, Bibi Netanyahu sigue sin sumar los apoyos necesarios para los 61 escaños de mayoría que precisa la formación de gobierno, al menos sin el apoyo de Avigdor Lieberman, quien sin embargo ya le ha conducido dos veces a las urnas, la primera al romper la coalición de gobierno, lo que llevó a las elecciones de primavera, y la segunda al rechazar retomarla, lo que condujo a las de otoño, y quien ayer mismo aseguraba que mantendrá su postura. Además, a esa polarización política, que bloquea la formación de un ejecutivo, se añade el hecho de que el Tribunal Supremo, en cuyo banquillo de acusados se sentará Netanyahu este mismo mes, debe dictaminar si quien ya es el primer ministro con más tiempo en el poder en la historia de Israel puede recibir el encargo de formar gobierno estando acusado de fraude, cohecho y abuso de su cargo lo que, a la vista está, no ha influido en el votante conservador pero limita ahora la capacidad de Netanyahu para concitar los imprescindibles consensos que si él se apartara serían más sencillos. Bibi, en cualquier caso, no lo hará. Bien al contrario, la pretensión de limitar las capacidades del Tribunal Supremo para tratar de eludir una sentencia contraria no es ajena a su afán por mantenerse en el poder. Y para ello ni siquiera dudaen buscar -y hallar- apoyo electoral en los colonos hebreos a costa de deshacer todos los consensos internacionales respecto a Palestina con el anuncio de anexión -avalada por Trump y rechazada por la ONU y la UE- de partes de Cisjordania, añadiendo un nuevo factor de conflicto que aviva los extremismos y abunda en la inestabilidad que mantiene hoy en el alambre (de espino) a Oriente Medio y, con él, al resto del mundo.