EL acuerdo alcanzado con Elkarrekin Podemos que permite evitar las enmiendas a la totalidad y dar vía de aprobación a los Presupuestos de la Comunidad Autónoma Vasca para el ejercicio 2020 en los plenos de los días 16 y 27 es al mismo tiempo la confirmación de la vocación social del proyecto -el 78% del mismo se dedica a políticas sociales-, y por tanto de quien lo presenta, el gobierno presidido por Iñigo Urkullu, y de la disposición de la formación que en Euskadi lidera Lander Martínez a asumir la responsabilidad de la representación política sin el equívoco de traducir la labor de oposición como simple rechazo. Más allá de los 59 millones de euros de las modificaciones que el gobierno ha introducido a petición de Elkarrekin Podemos o de los 200 millones que estos pretenden plantear a través de enmiendas parciales, la propia predisposición al acuerdo, minuciosamente trabajada tanto por el Ejecutivo como por Podemos, reconcilia a la política con su objetivo de lograr consensos, los mejores posibles dentro de las lógicas divergencias ideológicas, para desarrollar los mecanismos de respuesta a las necesidades de la sociedad. Lo que, por cierto y pese a ser el presupuesto la principal herramienta de las políticas de cualquier gobierno, no se circunscribe exclusivamente a este ámbito. De hecho, la correlación de fuerzas en el Parlamento Vasco volverá a hacer patente en el trámite presupuestario la diferencia, ya comprobada con los mismos actores respecto al desarrollo del autogobierno, entre el pragmatismo imprescindible para avanzar y la confusión -no exenta de implicaciones electorales- de caricaturizarlo como renuncia, lo que finalmente ata a posiciones maximalistas y lleva al inmovilismo, antítesis del progreso. En todo caso, lo novedoso del acuerdo, que es el primero presupuestario de PNV y Podemos en Euskadi, no solo posibilita cerrar la legislatura sin necesidad de prórrogar las cuentas precedentes, lo que ofrece además un margen añadido a la inversión a raíz del incremento de las recaudaciones, sino que también permite vislumbrar otro horizonte, siquiera tras las próximas elecciones, en el que la distensión debería sumar a la construcción de consensos nuevos actores, incluso entre aquellos que hoy se hallan en las antípodas de esa intención porque todavía se empeñan en interpretar la práctica de la política con actitudes crispadas.