LA semana que termina ha esta marcada por varios hechos que deberían tener un calado político, entendido este como mecanismo para afrontar aspectos de la convivencia que merecen y precisan de un recorrido estratégico diseñado y capaz de ser desarrollado al margen de la coyuntura preelectoral. Sin embargo, si algo tienen en común la exhumación del dictador Francisco Franco, el cruce de apelaciones al diálogo y desprecios entre Joaquim Torra y Pedro Sánchez o la Declaración de fuerzas soberanistas de la Llotja es todo lo contrario. Y sus protagonistas son conscientes de ello, lo que no hace sino reducir a un mero ejercicio de retórica declarativa lo que requeriría un trabajo serio de concertación política que diera lugar a espacios desde los que acometer, con iniciativas concretas, las profundas quiebras sociales que se arriesgan a convertir en insalvables. Torra y Sánchez realizan sus mutuas apelaciones sin una base propositiva que pueda permitir al otro aterrizar en un diálogo útil. Catalunya vuelve a estar en fase de movilización y pulso en busca de escenificar una legitimidad en las calles que acaba sirviendo de marco al disturbio de quienes tienen como estrategia no ya construcción nacional sino la deconstrucción del modelo sociopolítico y económico. Igualmente, Sánchez abusa de la escenificación y es imposible distinguir ya al responsable de Estado del candidato, con este último llenando la práctica totalidad del tiempo del primero en tanto se encuentra en funciones. En este marco, la Declaración soberanista de la Llotja carece de la menor utilidad en términos prácticos. Su contenido es suficientemente etéreo y enunciativo que no conlleva ninguna iniciativa política. Superar la fase enrocada de constatación de las dificultades de reconocimiento que encuentra las naciones del Estado por parte del ordenamiento jurídico del mismo no pasa por parapetarse tras su denuncia sin más aliciente que el eslogan. El reproche y la denuncia a dos semanas de unas elecciones son parte de su precampaña. Todos estos experimentos que propician titulares de prensa pero no hojas de ruta para encarar los conflictos a los que se refieren acaban convirtiendo estos en meros instrumentos que contaminan la acción política efectiva y que facilitan que esta, a su vez los instrumentalice.