eL presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, proclamado presidente interino del país en un duelo de legitimidades, con su apelación directa a la ciudadanía y el ejército del país caribeño a derrocar a Nicolás Maduro desde la base aérea de La Carlota (Caracas) acompañado de miembros de las fuerzas armadas, ha abierto en Venezuela un escenario no del todo imprevisto pero sí de consecuencias imprevisibles. Tal vez Guaidó y quienes le impulsaron a proclamarse referente institucional frente al régimen de Maduro precisaban, más de tres meses después y sin resultados palpables, de un movimiento rotundo que devolviera la iniciativa -y la ilusión- a una oposición amenazada de parálisis, como ya ocurriera en 2016 primero y 2017 después tras las protestas multitudinarias y los enfrentamientos callejeros entre chavistas y opositores que causaron decenas de muertos de abril a junio de ese último año. Tal vez también han sopesado el efecto en las fuerzas armadas de la conjunción de la ya imparable descomposición socioeconómica de Venezuela bajo la incapacidad de Maduro y la presión del apoyo que tanto EE.UU. como algunos sectores europeos le han brindado. Algunas fuentes citaban al general del ejército José Adelino Ornella Ferreira, jefe del Estado Mayor Conjunto y exjefe de la Casa Militar de Hugo Chávez, como apoyo de la acción que Guaidó y el emblemático Leopoldo López desataron ayer, la víspera de la marcha nacional de protesta convocada para hoy por el primero de ellos. Pero, en todo caso, Guaidó puede caer en el error de reproducir, con todos los matices, un gesto similar al del propio Hugo Chávez, replicando asimismo el riesgo de enfrentamiento civil que hasta ahora, de modo cauto e inteligente, había logrado evitar. A estas alturas pocas dudas pueden quedar de la necesidad de poner fin a un régimen militarizado en la medida de cualquier dictadura, incluyendo los medios de producción, en el que Maduro ha fidelizado con un millar de nombramientos de generales esa estructura y los suyos se han apropiado de las instituciones, absorbiendo las de justicia. Tampoco de que su dimisión y la convocatoria de elecciones libres y con garantías es la única posibilidad de que la sociedad venezolana recupere el país que merece. Pero esa exigencia precisa inteligencia. En Venezuela y en aquellas cancillerías que, alineados con unos u otros, dicen pretender ayudarles.