La política, y sus consecuencias, es una realidad que interpela a gran parte de la ciudadanía, y le preocupa, y le afecta directamente. Por ello, el personal que cree en el progreso social y en la mejora de la vida de la gente, saludamos con alivio el cambio que en 2018 obligó a aquella derecha corrupta a lamerse las heridas en la oposición. Han transcurrido seis años de aquel cambio y a la hora de hacer balance es evidente que el Gobierno bipartito de Pedro Sánchez ha logrado un progreso para el sector más desfavorecido de la sociedad y ha consolidado las libertades democráticas. Todo ello a trancas y barrancas, ya que paradójicamente ha basado su estabilidad en el equilibrio inestable de unos partidos con principios ideológicos desiguales e incluso contradictorios. Solo el rechazo frontal a una alternativa reaccionaria ha salvado hasta el momento su prolongación.
Decía que las circunstancias políticas influyen de manera importante en la sensibilidad de la ciudadanía, en su equilibrio emocional y anímico, en su disposición a la resistencia o al desgaste. Y es fácil entender que en muchos de los que apoyaron –apoyamos– el cambio progresista vayan cundiendo el desánimo, el hartazgo de soportar la política en continuo sobresalto, en la incertidumbre de hasta cuándo aquella opción ilusionante podrá sobrevivir.
Echemos cuentas. Jamás la oposición se ha comportado de manera más miserable, faltona, mentirosa, manipuladora y agresiva que la que está demostrando la derecha y la ultraderecha. Jamás se han desarrollado plenos parlamentarios tan irrespetuosos, tan groseros. Jamás se ha producido un coro mediático tan parcial, tan beligerante contra un gobernante, hasta el punto de crearse un ambiente en el que se da por buena cualquier insinuación, en el que sin pruebas ni sentencias se condene al presidente y a sus allegados. Jamás se habían prodigado tantos bulos e insidias en las redes sociales. Súmese el descarado apoyo de sectores de la judicatura a la permanente arremetida de la derecha contra el apodado sanchismo. Añádanse las insidias, las deslealtades y las incontinencias protagonizadas por el bloque de partidos que se unieron en la alternativa progresista.
Para colmo, a esta inquietud casi permanente de quienes apoyamos y deseamos el cambio ha venido a helarle el alma una inquietante sensación de que por las alturas del partido que gobierna campea una tropa de corruptos que ha heredado lo peor de saberse cerca del poder. No se ha demostrado nada, o casi nada, pero cada día se nos bombardea con una nueva declaración, una nueva imputación, una incontrolada contradicción, una impune y descarada rebelión de los viejos líderes, jarrones chinos que añoran la placidez corrupta de sus tiempos.
Ya es suficiente. Ya va uno perdiendo la fe en ese sueño de unidad hacia un futuro de progreso. No se trata de cambiar de chaqueta, porque esta derecha rencorosa y descarnada no tiene futuro, pero lo cierto es que se va perdiendo fuelle, se va perdiendo ilusión y la realidad nos va dejando en que fue bonito mientras duró. Sin demasiado empuje, sin llevarnos continuos sofocones y sin empeñar demasiadas lealtades, que ocurra lo que tiene que ocurrir y salga el sol por donde quiera.
Y así está la política en España. Y nos preocupa, nos inquieta, nos desazona. Menos mal que en esta tierra, tanto en Nafarroa como en Euskadi, vivimos en otra galaxia.