SI en alguna actividad humana no se permite la improvisación es en la política. Cualquier despiste, o demora, o falta de cálculo se paga con la exclusión. La decisión de Podemos de abandonar el grupo Sumar no cabe duda de que estaba en la agenda morada desde su incorporación ya tortuosa e in extremis al colectivo liderado por Yolanda Díaz. En definitiva, Podemos se incorporó a Sumar porque no tenía otra, porque de haber ido solo a los comicios hubiera resultado un desastre.

Puesto que no tuvo más remedio, Podemos sumó en Sumar con las narices tapadas y con el objetivo de lograr escaños a la sombra de una coalición nueva y con el viento mediático a favor. Logró cinco diputados, muy lejos de los 36 que sumó Unidas Podemos en 2019, circunstancia no ajena a la confección de las listas en las que Yolanda Díaz no fue nada generosa con el partido que formó Gobierno con el PSOE en la anterior legislatura. Tampoco fue generosa la dirección de Sumar a la hora de incorporar a los electos de Podemos no solo a cargos ministeriales, sino que ni siquiera les encomendó responsabilidades menores en comisiones parlamentarias.

Muy posiblemente la dirección de Podemos se esperaba esta postergación por parte de Yolanda Díaz, por lo que deberían tener previsto que fracasaría su pretensión de devolver el Ministerio de Igualdad a Irene Montero o algún alto cargo a Ione Belarra. Evidentemente, no fue así y el nuevo Gobierno PSOE-Sumar se cuidó muy mucho de enterrar los errores históricos del sector morado del Gobierno anterior.

Tenía –y tiene– por tanto Podemos un imperioso problema de visibilidad, ya que la única posibilidad que le queda de hacerse presente en las ya próximas elecciones europeas era salirse de la coalición en la que se considera desaparecido. En Sumar, a Podemos ni se le ve. Abandonado Sumar, Podemos pasa al Grupo Mixto con Coalición Canaria, Foro Asturias, Partido Regionalista de Cantabria, BNG y UPN. Aunque resulte “mixto dominante”, no parece una compañía muy alentadora para un partido que ha sido de Gobierno. Podría ser también que tuviera la tentación de arrimarse a bloques ya consolidados como el que actualmente operan ERC, EH Bildu y BNG, pero sus objetivos son muy distintos y, de alguna manera, Podemos entraría en una dinámica que no domina y en la que no cree.

La realidad, inquietante, es que su salida de la coalición de Gobierno supone una debilidad más para el proyecto progresista liderado por Pedro Sánchez y, aunque la posibilidad de unir sus votos con PP y Vox es prácticamente imposible, desde su presencia autónoma en el Grupo Mixto el equipo de Ione Belarra es un riesgo de desestabilización que no ayuda a la complicada andadura del Gobierno de coalición PSOE-Sumar.

El viaje de Podemos puede derivar en viaje a ninguna parte si este último salto para ser visible termina en fracaso electoral con vistas a Europa. Del ascenso meteórico a la caída estrepitosa, no deja de ser penoso que un partido que se consideraba y se considera heredero patrimonial del 15-M haya derivado en casi testimonial después de haber tocado la gloria política. Claro que su corto recorrido ha sido salpicado de escisiones, personalismos y errores, siempre perjudicado con unas desproporcionadas e injustas arremetidas mediáticas. La desconfianza –o el castigo– de Yolanda Díaz excluyéndolos del poder, ha hecho el resto.