Las formas no han sido, ni de lejos, las adecuadas. Una incomprensible –o malintencionada– filtración hizo pública la decisión del EBB de no contar con Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari en las próximas elecciones. Un día después, quizá para evitar especulaciones pero con cierta precipitación, la Ejecutiva jeltzale anunciaba su apuesta por Imanol Pradales como candidato. Todo ello con el consiguiente revuelo mediático, el oportunismo partidista y la interpretación interesada: Urkullu víctima, Urkullu devaluado, Urkullu castigado, Urkullu relegado... Desconozco absolutamente cuáles hayan sido las razones por las que el EBB ha decidido prescindir de Iñigo Urkullu, pero creo oportuno hacer constar que en la política actual se actúa casi exclusivamente en función de los procesos electorales que en los últimos tiempos se han prodigado casi en continuidad.

En este contexto estratégico electoralista es lógico que la oposición intente desgastar al poder y que dedique las iniciativas a destacar sus errores o sus debilidades. Buena prueba de ello son las continuas movilizaciones, protestas públicas y convocatorias hostiles a cargo de la oposición política y sindical, hasta el punto de colocar a Euskadi en el liderazgo de la contestación social en el Estado. El vertedero de Zaldibar, la gestión de la pandemia covid-19, los conflictos en la Ertzaintza, los autobuses escolares, los cuidados, las pensiones, los comedores escolares, la Ley de Educación y, por encima de todo, Osakidetza, han sido motivo permanente de movilización que, cada vez con más precisión, señalaban en consignas y pancartas a Urkullu como responsable. Con el desgaste propio de 12 años de ejercicio del poder y deteriorada consciente y machaconamente su imagen política, hubiera sido muy complicado someterle a una nueva confrontación electoral. Quiero entender así la decisión del EBB.

La oposición, mejor dicho, a estas alturas ya todos los partidos de ámbito vasco anuncian la llegada de un nuevo ciclo político. Por supuesto, los partidos de la oposición lo referencian al cambio de gobernantes, a nuevas caras y nuevas formas. Hablando en plata, al desalojo, del PNV del poder. La Ejecutiva jeltzale, aunque de forma sorpresiva, ha aceptado el guante y propone un candidato al que adjudica todas las cualidades de edad, preparación y competencia para liderar ese cambio de ciclo.

Desconozco cómo y en qué va a consistir ese nuevo ciclo que anuncian como ya inminente, como un reto o como una rectificación a lo hecho hasta ahora. Lo que ya conocemos es el ciclo que ha liderado Iñigo Urkullu en estos doce años de gestión, Un ciclo en el que le tocó ejercer discretas labores de mediación facilitadoras del desarme para el fin de la actividad ETA, afrontar las sucesivas crisis económicas, financieras y energéticas, la pandemia del covid-19, las consecuencias económicas derivadas de la invasión de Ucrania, la inflación y la subida de los tipos de interés…

Este es el ciclo que le ha tocado gestionar a Iñigo Urkullu y, a pesar de tanta adversidad, los indicadores señalan que el desempleo se ha reducido del 16,6 en 2013 al 7,5% actual, el PIB ha pasado de 64.900 millones de euros en 2013 a los 90.225 de hoy; el gasto por persona en salud, educación y protección social es superior a la media europea; el autogobierno se ha ampliado con 11 nuevas competencias, y se ha producido la renovación de la Ley del Cupo con más recursos, y una importante presencia en la Eurorregión.

Este ha sido el viejo ciclo que le ha tocado gestionar a Iñigo Urkullu, y estos los resultados. Por supuesto, todo es susceptible de mejorar.

A Imanol Pradales le anuncian un nuevo ciclo que, sin duda, llegará también con dificultades que habrá que sortear. Y tampoco se lo van a poner fácil.