ARA la media hora el Athletic ya se había superado a sí mismo, pues doblaba el tiempo en que la jornada anterior fue netamente superior al adversario. Se reconciliaba así con la afición, deseosa de ver a los suyos dando la talla que se les presupone, dispuesta a perdonar lo que sea preciso. Una afición que además sabe discernir perfectamente la diferencia que separa al Barcelona del Elche, por tanto valorar el mérito de lo presenciado anoche en San Mamés. Al descanso, pese a la ausencia del gol, el Athletic ya tenía a la gente metida en el bolsillo, pues no cejó en su empeño, mordió e impuso un ritmo frenético en la búsqueda incesante del gol que certificase la amplia superioridad exhibida. Idéntico guión después, en el segundo acto, aunque con premio y, de propina, acaso fruto del efecto euforizante que provoca el gol, aún otro ratito de intensidad y ambición al que le faltó la guinda. En resumen, una hora bien larga para establecer un resultado coherente pese a su cortedad, para demostrar y demostrarse que hay empates y empates, al igual que hay derrotas y derrotas.

La forma, el cómo, es algo fundamental en el análisis y en la calificación del trabajo de un equipo. Es una reflexión que no cabe obviar. No vale con fijarse únicamente en el marcador, que no siempre es la consecuencia directa del juego pese a que suele haber cierta lógica que relaciona lo uno y lo otro. Un punto contra el Elche, un punto contra el Barcelona, pero dos historias sin punto de comparación. Lo difícil es comprender que este tipo de contrastes existan. Nadie puede brindar una explicación convincente. En este caso hablamos de que en el curso de una semana, el equipo ha exhibido dos imágenes, versiones dispares que en principio invitan al desconcierto, dejan perplejo al personal. Bueno, este es precisamente el problema que Marcelino aspira a resolver en los próximos meses. No se puede permitir el lujo de que su Athletic funcione como a lo largo de la campaña previa, donde la mezcla de cal y arena fue una constante insufrible. No se puede permitir sobre todo si es capaz de rendir como ayer o de la manera que lo hizo en determinadas citas antes del verano.

El factor campo, sí, esta vez con el aliento de la grada, y la identidad del enemigo pueden servir para comprender parcialmente el paso adelante dado ayer. No acudió la afición en bloque, pero eso no impidió que los diez mil y pico colaborasen de principio a fin con los futbolistas. La otra parte del asunto: ante los grandes siempre o casi siempre se observa una tendencia que contribuye a mejorar el juego. Los duelos de altura son como un resorte que activa virtudes y disimula deficiencias. Ese crecimiento es algo que luego se echa en falta en compromisos en teoría mucho más asequibles, por ejemplo el anterior, el del Martínez Valero. Qué se le va a hacer, no se trata de un hábito exclusivo del Athletic, está bastante extendido, pero con los rojiblancos es un fenómeno muy común del que seguramente no se desprenderán jamás.

Para calibrar el partido quizá el parámetro idóneo sean los veinte minutos de sufrimiento que lo cerraron. En ese tramo afloró el nivel del Barcelona, que además de igualar el gol de Iñigo, rondó la remontada. Cierto es que el tremendo desgaste asumido tenía que algún momento que cobrarse su factura, sobre todo con una ventaja tan escueta. Hasta entonces, el Athletic se negó en redondo a recular, toda su propuesta estuvo enfocada hacia la portería de Neto. La defensa que desplegó fue en realidad un ataque permanente, sin que la pelota saliese del terreno blaugrana, sin que la pelota corriese entre las botas azulgranas.

Mantener semejantes conquistas durante tanto tiempo es sencillamente impresionante porque el Barcelona, a pesar de los pesares, conserva la vitola de equipazo, es una selección de estrellas y en cuanto halla un resquicio o detecta debilidad enfrente plasma la calidad que atesora y le hace un roto a cualquiera, sin ir más lejos la Real Sociedad puede dar fe de ello. Al Athletic no pudo doblegarle, no se dejó, no quiso dejarse. Detrás quedó una demostración de cuáles son sus posibilidades, suficientes para optar al triunfo. Es lo que reclamó el cómputo global de lo visto sobre el verde de La Catedral. Se puede afirmar que los tres puntos debieron quedarse en casa sin necesidad de ponerse la camiseta. No estaba Messi y qué, era el Barcelona, aunque no lo pareciera en muchos minutos.