CON un sencillo "sin comentarios" valdría para dejar clara la opinión que a uno le sugieren las palabras del protagonista de ayer jueves en la sala de prensa de Lezama. Pero despachar el asunto así, de modo tan escueto pese a que la brevedad pretenda ser ilustrativa, podría ser interpretado como una desconsideración hacia alguien que no es cualquiera dado que ostenta la capitanía del Athletic.

La impresión que deja la atenta escucha de las respuestas ofrecidas por Iker Muniain nada tiene de original porque la certeza de que los futbolistas, en general, viven en un mundo ajeno al de la inmensa mayoría de la gente que les sigue, está muy extendida y, para qué mentir, es muy fácil de compartir después de décadas pulsando teclas. Con frecuencia, las opiniones que expresan, desde las más elementales, o sea las referidas a su rendimiento, hasta aquellas que versan sobre cuestiones que, como les gusta subrayar, pertenecen al ámbito privado, suelen producir en la calle un efecto que mezcla a partes iguales perplejidad y enojo. En el caso concreto que motiva estas líneas vuelve a ocurrir.

Partiendo de la premisa de que a un jugador se le mide básicamente por lo que ofrece en el campo, no cabe pedirle que se muestre acertado a la hora de expresarse ante los micrófonos, especialmente si los temas que se suscitan son controvertidos. Como sucede en la mayoría de los gremios que operan de cara al público, los personajes del fútbol no tienen la obligación de dominar el arte de la elocuencia (facultad de hablar de modo eficaz), no les pagan por eso, aunque reciben asesoramiento y en clubes como el Athletic una protección constante por parte de los profesionales de la comunicación en nómina. Sin embargo, al tratarse del capitán, la perspectiva cambia, no en vano dicho cargo entraña una responsabilidad extra que también debería reflejarse en las declaraciones.

Quizá el tema del puro sea lo que más ha encendido al personal. Y la culpa es exclusivamente de Muniain, quien en su vano intento por defenderse eleva lo que podría catalogarse como una anécdota a categoría de escándalo. Aludir a la "rabia" del aficionado para apuntar a quienes censuraron la imagen, o soltar que "no acepto que nadie me dé lecciones de lo que es defender este club", no solo no es inteligente sino que no es de recibo. Además, el capitán se equivoca al asegurar que sabe distinguir entre su faceta profesional y su faceta privada porque afirma que él es consciente de que representa al club todas las horas y todos los días del año. ¿En qué quedamos? En realidad, si cree que "no tendría que dar ni media explicación" sobre el citado episodio, todo lo que largó está de sobra. En su afán por justificarse lo único que logra es ponerse en evidencia.

Para mi gusto, bastante más grave es su versión en torno a la lesión que tuvo coincidiendo con la segunda final de Copa. Se comprobó que su estado ni por asomo era el adecuado para comparecer en cita tan señalada, pero en vez de admitir el error opta por arrogarse una importancia absolutamente infundada al decir que salió a jugar porque "consideraba que el equipo le necesitaba". Es imposible ayudar a los compañeros cuando no se puede ni correr, pero Muniain priorizó su deseo personal y antepuso su jerarquía, por supuesto con el visto bueno del entrenador, al interés del colectivo. Los pormenores de las horas previas al partido darían para una novela, pero entre todos cubrieron un tupido velo sobre un episodio descalificador, sobre todo para un capitán.