ON media sonrisa cerraba Gaizka Garitano su rueda de prensa en Mestalla. "No sé en qué situación me deja el empate, no depende de mí", soltaba minutos después de haber salvado el cuello por tercera vez en mes y medio. No perder en Mestalla equivalía a permanecer en el cargo, de la misma forma que remontar ante el Sevilla o golear al Betis le valió para seguir inmerso en una situación del todo anómala.

La directiva del Athletic que flaco favor le hace al equipo, a la par que somete a su entrenador a una tortura. Cómo catalogar si no esa presión extra que Ibaigane se encarga de airear por cualquiera de los numerosos respiradores que utiliza para aliviarse ante una opinión pública expectante, aunque en realidad lo que refleja es su déficit de criterio.

El principio filosófico del "partido a partido", asumible en boca de Simeone, por citar a quien ha popularizado la máxima a la que está abonado el gremio de técnicos al completo, no se sostiene como línea de actuación de una directiva. En su caso sería más ajustado decir esconderse detrás del resultado del siguiente partido, que es sinónimo de estar a verlas venir. O sea, justo lo opuesto a lo que se espera de quien ostenta la máxima responsabilidad.

Fiar la gestión de la crisis del primer equipo al si sale cara, adelante, y si sale cruz, se acabó, es una táctica condenada de antemano al fracaso. El problema debería haberse abordado con bastante antelación, pero como no se hizo sus consecuencias son fácilmente detectables en la actualidad, están condicionando la trayectoria en el campeonato liguero. Producto de la indefinición de los dirigentes en la campaña anterior se ha llegado a este punto que es puro surrealismo, por decirlo finamente. La huida hacia adelante conduce a episodios increíbles jornada tras jornada. El último, el pasado sábado: si el Valencia enchufa el remate de que dispuso en el minuto 87, ¿de qué estaríamos hablando a estas horas? Vallejo chutó alto y Garitano prepara la visita al Real Madrid, hoy Elizegi tratará de vender su proyecto estrella, la Grada de Animación, y hay algunos bares abiertos para tomar un pote. Como si nada pasara.

De las consecuencias futuras, qué decir. Pendientes del próximo ultimátum, ¿quizás el viernes que viene el modesto Huesca a Bilbao?, el equipo necesita reaccionar pronto no vaya a ser que dentro de un mes, después de negociar una tacada de seis partidos que conducen a la segunda vuelta, la clasificación deje de ser ese refugio que desde agosto camufla la mediocridad ajena y la propia, claro. La equidistancia respecto a Europa y al descenso, el clavo al que se agarran directivos, entrenador y jugadores, no va a durar eternamente.

Desde dentro se empeñan en contarnos un cuento; desde fuera se ve que el nivel medio de la categoría se halla en pleno retroceso y que, por lo tanto, la temporada es idónea para vivir con desahogo e incluso para aspirar a instalarse en la zona noble. El marco es propicio para acometer una regeneración paulatina del equipo, una transición con vistas al medio plazo y sin embargo se aprecia una resistencia a trabajar en clave de futuro, resistencia que está siendo consentida por la directiva.

Como mínimo hay doce plantillas peores que la del Athletic, pero en vez de opositar a perseguir la estela de los poderosos, aunque sea a una distancia prudencial, se nos ofrece una colección de malos ratos que con frecuencia devienen en disgustos. Y todo ello aderezado con filtraciones interesadas mezcladas con el silencio oficial, declaraciones improcedentes, estadísticas mentirosas, datos equívocos, mientras al fondo del pasillo oscuro permanece encendida la lucecita intermitente de la final de Copa, a modo de tabla de salvación definitiva de un año que va camino de terminar en la basura.