L término "jugador franquicia" se ha acuñado para distinguir al principal activo de una plantilla profesional. Es el futbolista con una proyección mediática superior a la del resto y que personifica la imagen del club al que pertenece, un privilegio que se corresponde con el rendimiento que ofrece y que también tiene su reflejo en los ingresos que percibe. En el actual Athletic este rol se le adjudica a Iñaki Williams con el refrendo de los responsables de la entidad, quienes gustan de apelar a esa condición para referirse a él. En ocasiones usan dicho tratamiento para reclamarle una aportación que se echa en falta y se supone que está a su alcance o es de su competencia.

En el tema del gol por ejemplo, Garitano ha dicho en público varias veces que debe marcar con mayor asiduidad porque el equipo lo necesita y ha subrayado que también se lo ha transmitido en privado al interesado. No es un mensaje exclusivo para Williams, en opinión del entrenador la falta de puntería es un problema generalizado, del que no se salva el resto de los hombres una vez descontado Raúl García. Pero la presión que recae sobre Williams es especialmente exigente, no porque juegue en posiciones de ataque sino por ser el jugador franquicia.

La trayectoria de Williams demuestra sin embargo que el acierto de cara al gol o la eficacia rematadora no están entre sus principales virtudes. Con 26 años cumplidos inicia su séptima campaña en el equipo y su media se sitúa en los diez goles anuales. En la 2018-19 hizo quince, su mejor registro, y en la primera que jugó completa, la 2015-16, firmó trece, cifra que parecía acreditarle como un proyecto sólido de delantero incisivo. El paso del tiempo ha rebajado la expectativa que generó en este sentido. Su descomunal potencia en carrera se valoró como un arma que le ubicaría entre los elegidos a nada que le cogiese el pulso a la categoría y puliese determinados aspectos, tanto técnicos como de colocación o de lectura del juego.

Las reflexiones anteriores, apoyadas en la estadística y la observación de la forma en que ha ido rindiendo, conducen a la conclusión de que Williams no cumple ese requisito que justificaría de pleno la etiqueta de jugador franquicia: aunque reúna los demás, en el campo carece del peso específico de quien marca diferencias. Objetivamente no lo ha hecho aún, no al menos con la frecuencia que ayudaría a cerrar cualquier debate en torno a su persona. Transitar por etapas de sequía que han durado meses y hasta años, dice bien poco en favor de un titular fijo que se encamina a batir el récord de partidos consecutivos en el campeonato de liga.

¿Puede lograrlo? No hay respuesta. Por edad, potencial físico y experiencia en la elite, cabría afirmar que está a tiempo. La progresión de cada jugador es un fenómeno particular. No es preciso salir del Athletic para hallar historias de futbolistas bien relacionados con el gol que han explotado a una edad avanzada. Pero de momento lo que se aprecia en el repertorio de Williams es un margen de mejora. Después de seguir sus andanzas a lo largo de 254 partidos oficiales, persiste la sensación de que es una pieza valiosa y con un perfil poco común que está desaprovechada. Desde luego, es notorio que el equipo no se beneficia de su teórico potencial, si bien acaso la clave radica en que ni Williams ha sido capaz de extraer su propio jugo, de exprimir las prestaciones que atesora y quizá podría dar. Es posible que no sea el gol la principal contribución que haya que esperar de él, pero sí una participación más constante en la producción colectiva del gol, en la génesis de los que anoten sus compañeros.