Cuando el lehendakari convocó por segunda vez a los partidos políticos para conocer su opinión sobre cuando celebrar las elecciones, el resto tuvo la oportunidad de apuntarse a la política de responsabilidad y colaboración pero, por sus declaraciones, contrarias y subidas de tono, me hacen pensar que tratan de sacar votos del lío y no quieren entender que mantenernos con un gobierno en funciones retarda las decisiones de calado que exige la crisis. Ya se sabe, si convoca elecciones porque las convoca y si no, supongo que las acusaciones serían poco menos que de dictador.

El acoso y derribo contra Iñigo Urkullu comenzó con el desgraciado accidente de Zaldibar y la convocatoria de elecciones para abril. Claro que hay que exigir responsabilidades a la empresa y también dilucidar si no hubo la suficiente diligencia técnica. Así todo, es necesario distinguir entre defender ideas en el debate político legítimo y pasarse de la raya; para lo que hay que tener un fondo de calidad, de saber hacer y de profundidad política que cada vez cuesta más encontrar.

Después llegó la pandemia. Otra ocasión para atizar sin coadyuvar en una crisis humana primero, y económica después. ¿Ha hecho algo bien nuestro Gobierno? Seguro que sí ( también mal, supongo). Pero lo que no puede ser es que, cuando el lehendakari, ejerciendo su derecho (y obligación) de gestionar la crisis, tomó la decisión de cerrar los centros escolares, la oposición lo tildó de exagerado y mucho más. O cuando decidió la vuelta al trabajo escalonadamente también les pareció mal. Escuchar a la candidata de Podemos tratar de desleal y "mafiosillo" al partido de Urkullu porque exigió a Sánchez respeto y decidir aquí lo que conocemos mejor, es de bajo nivel discursivo. Por lo visto, trabajar aquí es venderse a la patronal y ordenarlo desde el Gobierno en Madrid no lo es.

La irresponsabilidad en política conlleva desprestigio y desprecio por parte de la ciudadanía, lo que no trae nada bueno para nuestro endeble sistema democrático. La defensa de la política como algo necesario, si se hace con seriedad y con compromiso, debería ser el catecismo de quienes andan en ella, porque el analfabetismo político que desprecia el sistema comporta el totalitarismo y las desigualdades. Bertolt Brecht lo decía de forma muy gráfica: El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto.

Ahora, al decidir el retorno a las clases o la vuelta del funcionariado público al trabajo, las quejas y amenazas contra Iñigo Urkullu, rallan la desvergüenza. El plante anunciado por los sindicatos de la enseñanza se está volviendo en contra de una profesión que, lamentablemente, está cada vez más desprestigiada, cuando debería concitar el máximo respeto y apoyo. ¿Hasta cuándo se puede mantener el caos actual sin clases? ¿Quién pagará las consecuencias? Por supuesto, el alumnado, pero también las familias que difícilmente van a poder encajar trabajo y criaturas a las que atender y dar clases. Por algún lado se romperá y, me temo, que será, una vez más por el de las mujeres, que se harán cargo del cuidado, debilitando o renunciando, a sus carreras profesionales.

En una situación tan complicada las elecciones deberían ser cuanto antes. El cuanto peor mejor de otras épocas está pasado de moda. Detrás de eso solo hay cálculo partidario: los partidos que se oponen a julio y defienden septiembre buscan acusar entonces al actual y futuro lehendakari, de todos los males que acumularán la crisis sanitaria y también la económica. Si tienen tantas certidumbres de que todo va a estar bien a cuatro meses y no en julio, que se dediquen al horóscopo y nos adivinen el número de la lotería de Navidad.