Domingo de expectación. Los niños toman las calles. Recobran por una hora su libertad. No tienen obligación de ir a la cola del supermercado ni a la acera del cajero. Se lo deben a una patética rectificación del Gobierno central. Un voluminoso grupo de 23 ministros de dos partidos distintos habían sido incapaces de advertir el pernicioso efecto sanitario que suponía en pleno azote del coronavirus arrojar a miles de correosos chavales al contacto indiscriminado con compradores, vendedores y estanterías. Solo una clamorosa contestación social evitó que se consumara este despropósito mientras esa pléyade de asesores del mando único juraba que ellos no tenían la culpa. Era la ocasión propicia para dirigir una nueva mirada acusatoria contra ese selecto cuarto de máquinas de La Moncloa. El minuto de gloria también de Pablo Iglesias para sacudirse cualquier responsabilidad. El vicepresidente utilizó a propósito un lenguaje dirigido a menores de 14 años para culpar del desaguisado a una pésima comunicación. Un torpedo directo a la bola de cristal de Iván Redondo. Una puñalada entre amigos de La Tuerka que asegura vendetta.

Semejante desatino ministerial encabeza por demérito propio el vergonzoso listado de palos de ciego al que se viene asistiendo. Una retahíla nada edificante que engloba la compra fraudulenta de material preventivo, el engaño de mascarillas defectuosas a precio de chantajista, la cruzada informática sin explicaciones convincentes, el inquietante desliz de la Guardia Civil o el descontrol de las víctimas, y eso simplemente por recortar la lista. En un gobierno supuestamente presidido por el PP, explicaciones tan deplorables como las del general Santiago sobre la persecución internauta en favor de las instituciones del gobierno que no del Estado, o los patéticos fraudes de las costosas mascarillas, hubieran provocado de inmediato incesantes denuncias de que existe un estado de excepción y, por supuesto, se exigiría la dimisión alegando una evidente corrupción.

Hay demasiados motivos para la irascibilidad. Las predicciones nunca acaban por cumplirse. Es una maldición que se arrastra desde el primer día. Fue entonces cuando Fernando Simón aseguró que este maldito virus no contagiaría a muchos humanos. La cascada de víctimas continúa en medio de una tormenta perfecta de efectos demoledores. No hay momento para la tregua. Las catastróficas previsiones económicas, las angustias de millones de parados y, sobre todo, la incertidumbre del mañana se agravan ante un espectro político cada vez más dividido y agresivo que recrea un insoportable clima fatalista.

El dislate de la desescalada infantil ha desanimado mucho en el ámbito de la coalición de izquierdas, donde hay una creciente sensación de acoso. Los estrategas asumen desolados que una de las escasas noticias concebidas para insuflar viento fresco en esta catástrofe acaba convertida en un ariete contra la consistencia de quienes gobiernan. Una incómoda cicatriz para cualquier exigencia de credibilidad, aunque nada insalvable para un presidente impasible ante las rectificaciones. Sánchez aguantó estoico en el pleno de control del Congreso las interminables referencias al patinazo de los niños. Lo traía descontado. Era agua pasada. Su objetivo siempre es el día a día y en este caso se trataba de sacar adelante otra prórroga del confinamiento. Eso sí, en esta ocasión dejó en el empeño demasiados jirones. El presidente sabe que su egocéntrico método empieza a agotar la paciencia de ERC, que teme, y PNV. En el caso de EH Bildu, guardan su bilis para azotar a Iñigo Urkullu. En todo caso, las advertencias de los compañeros de la moción nunca romperán el cántaro en la fuente. Se quedarán en simples revolcones públicos para meterle miedo en el cuerpo. Saben que no hay alternativa. La actual derecha les provoca escalofríos.

Sánchez juega precisamente con ese mayoritario miedo escénico al unionismo desaforado. Solo así podría entenderse su ascendente desconsideración hacia las autonomías, cuyos presidentes son meros convidados de piedra cada domingo. Esta flagrante descortesía acrecienta en algunos sectores los fantasmas sobre una supuesta ansia recentralizadora. Un miedo acrecentado por la excelsa concesión a Pablo Casado que desbarataba la formación de cuatro mesas de negociación acordadas en dos horas. Puro espejismo. Cuando el PP exhiba la máxima hostilidad contra el PSOE en la futura comisión parlamentaria las dudas quedarán despejadas. No hay acuerdo posible.