STO mismo han debido pensar los directivos de Euskaltel para decidir vender la teleco insignia vasca a MásMóvil. Con la entrada del fondo británico Zegona ya dieron el primer paso y ahora cuando les han puesto sobre la mesa 2.000 millones de razones en opa amigable, pues lo han hecho; que durante al menos cinco años su sede social y fiscal estará en Euskadi, que mantendrá el "arraigo" y los puestos de trabajo durante este lustro, que seguirá la marca naranja€ puede ser cierto, pero el pelotazo para los directivos será suculento/obsceno y sabrosón para los accionistas. Aunque la pérdida de músculo empresarial para Euskadi en el mundo de las teleco parezca evidente, me parece escuchar más aplausos a la compra que rechazos, incluso de quienes en su día no actuaron con diligencia suficiente para poder haberlo evitado. Es más, nos lo venden como una oportunidad para tener presencia vasca en el mundo y no ser absorbida -¡ironía!- por otra multinacional. Pues felices, porque ahora las decisiones naranjas las tomarán en su sede operativa de Alcobendas y quién sabe si dentro de poco desde USA o algún país emergente.

Lo de Euskaltel no es novedoso, porque empresas siderometalúrgicas, financieras y otras ya vivieron esa diáspora y posiblemente vuelva a suceder con empresas de éxito, como, solo por citar, la CAF a la que seguramente le hagan ojitos para llevársela al altar/catre de una buena opa multinacional. Al tiempo. El asunto no es que este interés no exista, sino cómo puede responderse desde aquí, porque también es cierto que al igual que preocupa y entristece que se lleven empresas, nos alegramos cuando se compra e instala una nueva en nuestros lares. La pregunta es si se mantendrá poder empresarial de decisión suficiente en nuestro pequeño país, el país de los vascos llamado Euskadi, con su derivada de empleo y nivel de vida.

Como he participado en todas las celebraciones del día de mi patria vasca desde la adolescencia ahora las echo en falta, con mascarilla o sin ella. Mi impresión es que de fiesta ferviente se ha transitado paulatinamente a celebración insípida, más testimonial que real, del corazón ardiente hemos pasado a una sosegada liturgia de anodina democracia. Algunos dirán que más íntima, puede ser. Pero no quisiera ponerme viejuna con el dedo enhiesto amonestando a los demás sobre lo que han de sentir y manifestarse. De hecho, con ciertas efervescencias populares entre impulsivas e incívicas bajo la disculpa del partido de copa Athletic/Real ya vamos sobrados de celebraciones de contagios in crescendo.

La realidad es que siguiendo el hilo argumental de Daniel Bernabé en su último libro Ya estábamos al final de algo, sospecho que la pandemia nos está situando también al inicio de otro algo. Quizá ante otra forma de democracia liberal o un nuevo enfoque del bienestar social o para la igualdad de género o quizá sobre una nueva vía de generar riqueza o de enfrentarnos al cambio climático € y por supuesto ante una nueva mirada a la singularidad y a la cultura propia. Porque cuando nos explicaban que para defender a los ciudadanos nacieron los estados con la fuerza suficiente (legal, judicial, ejecutiva) para la frenar la tiranía de unos pocos, no previeron que algunas empresas tuvieran un presupuesto mayor que el PIB de muchos países.

En esta tesitura, bien pudieran ser que la próxima convocatoria de Aberri Eguna nos la hicieran desde lejos, concretamente desde Alcobendas.

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