Las mascarillas son obligatorias: mascarillas de usar y tirar. Dicho y hecho, lo tomamos al pie de la letra y las tiramos, al suelo por supuesto, que siempre está más cerca que la papelera que tenemos a unos metros. Al final, como las llaves de nuestros cantos infantiles, allá que van la mayor parte al mar, de modo que ya podemos ver con horror ambiental que los fondos marinos empiezan a disfrutar de nueva normalidad poscoronavirus, guantes posados en el fondo como pólipos o mascarillas flotando como viscosas medusas con tirantes laterales.

En la larga lista de fechas de calendario relacionadas con la naturaleza, el medio ambiente y la conciencia ecológica, he contado 36 días D, cinco en junio y hoy mismo el dedicado a los océanos, para recordarlos y conservarlos en estado saludable, supongo. Aunque con el confinamiento humano antivírico el aire, las aguas, los montes y los mares estén más limpios, poco parece haberles durado el alivio del parón. Entre California y Hawái sigue agrandándose la isla de basura plástica de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, tres penínsulas ibéricas; y el blanqueamiento de la gran barrera de coral en Australia en vez de revertir va en aumento; podría parecer una contaminación lejana, así que ahora, para que nuestros mares cercanos no pasen envidia, los convertimos en cubos de basura de EPI de intendencia coronavírica, guantes y mascarillas en especial, pero no solo, porque en cuanto abran un poquito las playas añadiremos botes de cremas, bolsa del bocata, hisopos, compresas, latas de bebidas€ quizá para que el próximo 3 de julio podamos recordar con razón el día internacional libre de bolsas de plástico.

Aunque sea a duras penas y dejando pelos en la gatera, estamos medio saliendo de la pandemia y es fácil imaginar que tras la victoria nos engallemos de nuevo como homos deus, creyéndonos fuertes, sabios y seguros para enfrentar la pandemia económica que ya habita entre nosotros y lo intentemos hacer a cuenta de cargarnos nuestro planeta de confinamiento, hoy el único que conocemos habitable. En aras de alcanzar un nuevo progreso podríamos olvidar que el agua es un bien escaso, casi inalcanzable para 1.200 millones de humanos; que 800 millones comen todos los días el sueño del pollo de Carpanta bajo el puente; que la contaminación es atroz en zonas urbanas, donde habita ya el 57% de la población; que la deforestación es galopante, y no solo en el Brasil de Bolsonaro; que la desertificación avanza a ritmo trepidante y amenaza, por ejemplo, a media península Ibérica; que gozamos batiendo récords de calentamiento; que desaparecen los glaciares y el nivel de los océanos sube y sube€ y los 7.600 millones de humanos no tenemos segunda residencia, de modo que para seguir confinados confortablemente en esta tendríamos que valorar si nuestro modelo de progreso precoronavirus es lo más adecuado. No parece buena señal que ahora en lugar de medusas se nos enganchen mascarillas al bañador, aunque proclamemos educadas disculpas el día D de los océanos.

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