mientras Madrid acogía la cumbre internacional sobre el cambio climático, Bilbao era sede del Mendi Film, el festival de cine montañero más importante de Europa y quizá del mundo. Cuantas veces me visita una amiga norteamericana, amapola de asfalto habitante de urbe de cemento y ladrillo, me repite entusiasmada un mismo mantra visual espiritual, que si se levanta la vista, desde cualquier calle de Bilbao se puede ver un monte y además verde, visión que ella añora en sus lares. Algo tiene la montaña, sea el modesto Pagasarri sea la imponente Mesa de los Tres Reyes, que engancha y hasta arroba. Tal vez por ello, en Bizkaia y en Euskal Herria entera la montaña es más que una afición, casi una religión trascendente en su sentido espiritual. Quizá sea el último reducto donde el acuerdo tácito de mutuo respeto entre dioses de la naturaleza y hombres se siga manteniendo, donde aún se conserven sin transgredir los límites que los humanos nos autoimpusimos y que han permitido que GAIA nos haya llegado hasta hoy con cierta integridad; integridad sostenible que no consiguen plasmar en acciones positivas los NO-acuerdos de las cumbres internacionales sobre el cambio climático. Quizá la ambición humana ya haya sobrepasado ese punto de respeto que mantenía al homo sapiens en equilibro con la madre Tierra; como si nuestros gobernantes ante el peligro de desalojo de nuestra casa-Tierra hubieran elegido salvar los muebles en lugar de a los inquilinos.

Tras escuchar a Juan Luis Arsuaga el pasado sábado en el festival Mendi Film de Bilbao en su amena disertación de triple equilibrio entre paleontología, antropología y espíritu de la montaña, muchos/as creímos en la verdad que enuncia mi intitulado. Quizá no sea verdad científica, pero sí una certeza del homo sapiens en el universo de la realidad mágica; ¿que no existe? Así me lo asegura el racionalismo de la sociedad actual, pero cuando subí al Tindaya en Fuerteventura o de jovencita pasé una noche en la cueva de Sopelegor, un escalofrío energético nos taladró, a mí y a mis acompañantes; no era una realidad física visible pero sí una energía tan real como intangible, una presencia tal vez espiritual inaprensible pero totalmente perceptible.

Y en el mundo son muchos los lugares que irradian esta energía: Uluru, Athos y Olimpo, Kailash, Ol Doinyo Lengai, Fuji, Sorte, Shasta, Ararat, Monserrat? junto a nuestros montes llenos de naturaleza viva con Mari, Basajaun y tantos habitantes de la realidad mágica que pueblan estos lugares.

Con alegría contenida veo que la montaña es casi el último reducto donde se conserva esa alianza de sostenibilidad mutua entre la Tierra/Gaia y la especie humana. Seguramente habrá algunos montañeros/as ocasionales, de asfalto y basura abandonada, pero confío en esa mayoría de verdaderos adalides de esa alianza recogiendo sus restos y basuras religiosamente, utilizando sin romper ni destrozar el medio que disfrutan? cuyo único rastro de su paso por la montaña es la huella de sus botas.

¿Será mucho pedir que la Montaña siga siendo la morada de los dioses? y de los hombres que la respetan? Posiblemente el Mendi Film nos haya acercado a este anhelo.