de pequeña, en el colegio me dejaron bien claro que había y siempre seguirían existiendo pobres y ricos, Tan cerca pero tan lejos, como antónimos insuperables.

Confieso que este fin de semana también yo deposité en las grandes cestas de un supermercado mi óbolo solidario en forma de bolsas de comida. En ese momento me sentí pletórica, persona altruista y con mejor conciencia, generosa, solidaria y ? caritativa. Me vi moral y éticamente aliviada, flotando en la nube dándome besitos a mí misma por lo buena que era; más que ensimismada levitaba enmimismada.

Reparé entonces en la palabra caridad, porque seguramente como decía sto. Tomás de Aquino “donde hay caridad está dios y hay amor”, pero no necesariamente justicia. Recordé las muchísimas colectas públicas que he visto (y sigo viendo) en nuestras calles, recaudaciones, días de la banderita? con empingorotadas damas o jóvenes pizpiretas pidiendo por “los chinitos, los negritos”, para las misiones o para investigar el cáncer u alguna otra enfermedad; y los maratones televisivos, los números de cuentas solidarias en los que ingresar dinero para necesitados y hasta llegué a las ONG, que en general realizan una labor encomiable de ayuda a los más desfavorecidos.

Desfavorecido por ser inmigrante o refugiado económico-político o de guerra o viuda con una pensión raquítica o despedido a los cincuenta años o trabajador en precario o con salario de miseria o joven bien preparado, pero sin oportunidades laborales que sigue viviendo en casa familiar? cada cual puede añadir su caso o aquel que mejor conozca de injusticia o desigualdad.

Al llegar a este punto reparo que las estadísticas oficiales del Estado me dicen (casi me acusan) que vivo en el “oasis económico-social vasco” con RGI, ayudas sociales para alquiler y pago de tributos, exenciones fiscales para hijos, comedores y plazas financiadas en residencias? y un largo etcétera de prestaciones sociales de las administraciones públicas que nos acercan a una cierta justicia Pero al mismo tiempo, Cáritas me recuerda que en este oasis de placidez hay 334.000 personas en exclusión social de las que 90.000 son “la sociedad expulsada” por su situación crítica. La noticia la leo junto a la concesión de estrellas michelín a restaurantes con menús degustación a 200 euro/persona, casi la mitad de la pensión mensual de muchos.

Recaudamos con ilusión y bonhomía alimentos por caridad mientras el fraude fiscal en IRPF, IVA e impuestos de sociedades se enseñorea como auténtico “hueco que deja el diablo” llevándose entre las uñas más de 40.000 millones de euros, sumados a los 144.000 millones que los españoles tienen en paraísos fiscales que devengarían unos 7.000 millones de interés; más rentas inmobiliarias no declaradas, autónomos pillos, profesionales listillos? ya saben, el país del Buscón y del Lazarillo en forma de economía sumergida estimada en un 20% del PIB. Millones que darían para muchos “paquetes de alimentos” solidarios.

No, no me arrepiento de haber hecho una vez más caridad con mi bolsa de alimentos, ni muchísimo menos, pero en el colegio no me dijeron la verdad, que la antítesis de la pobreza no es la riqueza sino la justicia. Y de esto damos menos.