ADA año reaparece con su acostumbrada fuerza, como si las hordas del infierno, donde tanto calor dicen que hace, subiesen a ras de tierra y se desplegasen con todo su arsenal. Cada año, digo. Y, sin embargo, siempre repetimos lo mismo: como ese año, nunca. Eso nos parece pero qué va, hemos vivido días así antes. Muchos y peores, incluso.

Una pregunta asalta a quien esto escribe con vista al parque desde el ventanal cuando un ser humano del siglo XXI, tan sano como una manzana y con espíritu de cuidarse hasta el último minuto, pasa a la carrera: ¿hoy hace calor en todas las partes o solo en las mías? Yo, desde luego, he sacado la bandera blanca de rendición. Y mientras llegan a hacerme preso aprovecho la bandera para secarme el sudor. No hay quien pueda contra esta fuerza. Nos ha invadido el tan temido calor húmedo de Bilbao, ese Gengis Khan de vocación conquistadora y arrasante; pegajosa y que da por el...

Pero... ¿qué se cree este calor, que las cervezas son gratis? ¡Virgen santa! Ya no sé si son mis manos las que sudan o son las propias teclas, que todo es posible a partir de ciertas temperaturas. Cómo sobrellevar este asunto si los partes de la radio anuncian que lo de ayer fue un ensayo, que la representación oficial del sol llegará hoy, quién sabe si no justo cuando alguno de ustedes está leyendo esto. Déjelo, que la lectura también cansa y no está el día para hacer esfuerzos.

Mírale, por ahí viene, de vuelta ese correcaminos loco del que les hablaba al comienzo de esta historia. ¡Vaya, hombre! Sudar sí que suda e incluso me parece que está dispuesto a rendirse. Para a la sombra, se sienta en el suelo y bebe agua. Es mortal, pienso. Estira sus musculatura y cuando pienso que también gente como él son presa de días como este, se lanza de nuevo. Allá va, allá, vaa, allá vaaa... ¡Voy a ducharme de nuevo!